Sector 7

Feb 25, 2023

Vivir la vida

Por: José I. Delgado Bahena

Con todo respeto, el texto de hoy lo dedico a todas las personas de la tercera edad, adultos mayores, adultos en plenitud, etc, como quiera llamarles, que al llegar al arribar a esta estación de sus vidas, lo hacen con alegría para vivir el resto de los años que les queden con la mejor actitud.

Lo digo porque, así como es para los gobiernos de todo el mundo, la niñez, la mayor preocupación, para que estén bien educados, con buena salud y protegidos en su derechos; deberían, también, ocuparse de crear condiciones sociales para que estas personas que, en muchos de los casos, llegan a esta etapa con múltiples problemas de salud, familiares y económicos.

Sé que existen, en nuestro país, algunas medidas para que las personas de la tercera edad tengan algunas preferencias; por ejemplo: en el metro de la Ciudad de México, además de no pagar boleto, hay asientos asignados con logos que indican esa preferencia; en el ISSSTE se les permite no tener que formarse para recibir atención en la ventanilla del laboratorio. En las calles hay, también, rampas de acceso para sillas de rueda, y se ha implementado el programa de INAPAM que otorga muchos beneficios a quienes hacen el trámite para obtenerla.

Sin embargo, en Iguala, desde hace varios años ha venido faltando ese tacto para recibir a las personas mayores que se acercan al CICI en busca de alguna forma de ejercitación, en este caso la natación, para tratar de estar bien de salud.

Sé que les cobran por asistir a sus clases de “acuaerobics”, que son ejercicios dentro del agua que les permite mejorar la tonificación muscular, la rehabilitación sobre la estructura ósea o de articulaciones. Entonces, hay que aplaudir que haya gente interesada en cuidar su estado físico, y más tratándose de adultos mayores; pero también se les debería apoyar permitiendo que asistan de manera gratuita ya que, imagínese, algunos tienen que tomar el servicio de transporte público, y además pagar sus cuatrocientos pesos mensuales. Creo que, si el cobro es para pagarle al instructor, deberían ponerlo en nómina, y si es para mantenimiento, para eso pagamos nuestros impuestos.

Es que, mire: este jueves asistí a la feria que se lleva a cabo en nuestra ciudad en estos días para conmemorar el CCII aniversario de la confección de nuestro lábaro patrio, al llegar al Teatro del Pueblo, advertí que una música conocida, por mí, inundaba el ambiente. Por supuesto que la iba a reconocer; se trataba del grupo de Pepe Arévalo y sus mulatos. Al observar a la gente que se encontraba ahí, la mayoría sentada, me di cuenta de que eran personas ya grandes; pero, sentadas, movían sus cuerpos al ritmo de “toma chocolate, paga lo que debes…” que entonaba el grupo. Mas, de pronto, vi a una señora ya grande, como de unos setenta años, que, alegremente, bailaba sola, alzando los brazos y con una gran sonrisa proyectaba el gusto por estar ahí, disfrutando de la música.

Al estar maravillado observando a esta persona, recordé que mi madre, ya difunta, también era muy fiestera y le gustaba bailar y divertirse con sus amigas.

En esas reflexiones estaba, cuando me tocó el hombro mi amigo, el también poeta, Salvador Romero. Le comenté acerca de la señora que bailaba con la música de Pepe Arévalo; entonces, con una chispa en su mirada, me dijo: “Es mi suegra”.

No terminaba de sorprenderme, cuando se acercó a saludarme Maricarmen Castro, esposa de mi amigo. “¿Cómo ves a mi mamá?”, me preguntó. “¡Qué padre!”, le dije como respuesta, compartiéndole mi admiración y complacencia de ver a su madre tan contenta.

“Así es ella”, me dijo Maricarmen, “siempre se pone a bailar, aunque sea sola”.

Entonces se acercó la señora que, al presentármela, me dijo que se llamaba Mary Castro, y agregó: “Yo usted lo he visto leer sus poesías. Me gustan. A mí me gusta bailar: me gusta disfrutar y vivir la vida. Creo que no le hago daño a nadie”. No me dijo más, en ese momento se acercó un señor, también ya grande, y con unos pasos de baile a un lado de ella, le indicó la petición de una pieza, y se fue a bailar.

“Vivir la vida”, me dijo y me dejó temblando. Pensé que muchas veces nos ocupamos de cosas intrascendentes, como los bienes materiales; pero, las que le dan significado a la importancia de estar aquí, en estar parte de nuestra existencia, es, simplemente: vivir, disfrutar cada momento, porque hoy estamos, mañana… quién sabe.

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