Por: Antonio León

Ramón creyó que moriría joven, como Jimi Hendrix a los 28 años de edad, Jim Morrison a los veintitrés, a cuando mucho a los treintainueve como El Che Guevara, porque pensaba ser roquero o guerrillero. Cuando en la escuela preparatoria le dejaron que hiciera un relato de cómo viviría cuando tuviera treinta años, el redactó que a esa edad ya estaría muerto por exceso de rock o por unos cuantos balazos en alguna de las sierras del país. Al terminar el bachillerato no sabía todavía qué era realmente lo que quería estudiar, así que escogió la carrera de sociología, que era lo que había estudiado uno de sus maestros, al cual admiraba por su gran cultura y porque sabía cómo interactuar con sus alumnos sin tanta formalidad.

En la universidad formó un grupo de rock con unos compañeros de estudios, él tocaba la guitarra, pero en menos de un año abandonaron la aventura de hacerse músicos famosos porque no tocaban muy bien y nadie los contrataba.

Después contactó a la beligerancia política universitaria, lo integraron a una célula de difusión, con la tarea de repartir panfletos contestatarios de crítica al gobierno, lo hacían en los camiones y afuera de las fábricas, también llevaban un bote para recolectar monedas y poder seguir imprimiendo sus panfletos. Pasó varios meses con esta tarea sin que le asignaran responsabilidades mayores, él quería formar parte de una célula de guerrilla urbana y estar en contacto directo con la guerrilla armada, pero nunca fue así, las células de esa organización sólo difundían propaganda subversiva y sus líderes asistían a congresos nacionales e internacionales para hablar mentiras porque en realidad no hacían nada importante.

Se afilió a un partido de izquierda, pero fue lo mismo, a repartir publicidad o pegarla en paredes y postes. Lo único que cosechó en esos dos años fue reprobar la mayoría de las materias, por lo que ya no pudo inscribirse en el semestre siguiente, porque para hacerlo debía pasar en exámenes extraordinarios las materias que había reprobado, y no consiguió aprobarlas, Ya no pudo continuar en la universidad y decidió darse de baja. Como sabía que no era bueno para nada complejo, buscó trabajo en alguna oficina del gobierno al cual siempre criticó desde la universidad, tuvo suerte y consiguió entrar como oficinista en la subdirección de proyectos de financiamiento popular, le ayudó el curso de computación que había llevado en la secundaria y bachillerato. Y así transcurrió su vida, sin pena ni gloria, sin la fama de rockero ni la muerte heroica del guerrillero. Ahora, a sus sesenta y cinco años está en un bar de mala muerte, intentado pensar lo que pudo haber sido y no fue, pero siempre llega a la conclusión de que era un bueno para nada, porque siempre se mantuvo agazapado mientras lo verdaderamente apasionado de la vida pasaba de largo. Sigue bebiendo en compañía de los achaques de su edad, hipertensión, ácido úrico alto, reumas, más lo que se acumulara en la semana. Se casó pero no pudo tener hijos, su esposa, empleada de la burocracia también, lo espera en casa con una cena que siempre se enfría, su vida se había desvanecido como un espejismo, ya sin la posibilidad de cambiar de rumbo va directo al precipicio de la autoconmiseración, tiene un rencor acumulado contra su existencia plagada de sueños fallidos, en su cabeza retumba la frase: “si en tu camino se anteponen diques, date una tregua pero no claudiques”, sabe que el alcohol no cura las penas, pero a pesar de ello no claudicará en su afán de conseguir que en algún momento ya no podrá llegar a su casa como de costumbre, y la sopa fría quedará sin ser probada jamás.

Hasta el martes próximo estimado lector.

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