Por: Eduardo Cruz Carbajal


Ciudad de México, Septiembre 17.- El suicidio, una muerte estigmatizada, un duelo que se vive en silencio, y muchas veces con vergüenza, una muerte repentina, generadora de muchas preguntas, y pocas respuestas, un duelo bastante complejo, ya que el doliente puede sentirse triste por la ausencia de su ser querido, pero también enojado, ya que tu muerte se vive como una agresión. Simplemente la mente humana es incapaz de entender por qué alguien decidió terminar con su vida, me atrevo a asegurar que esa duda quedará para siempre en la mente y en el corazón de quienes han enfrentado este tipo de muerte.

Sin duda hay señales que nos advierten que un suicidio está cercano: la apatía y la falta de interés por las cosas que alguien disfruta, comenzar a desprenderse de sus pertenencias, hablar acerca del deseo de morir, despedirse de la gente que es cercana a la persona, el desempleo, la exclusión o el rechazo social, tener una orientación sexual distinta. Todo esto son focos de alarma que se supone la familia de la persona que muere por suicidio debió notar, pero nos olvidamos de algo muy importante: ellos no son adivinos, no pueden entrar en la mente de la persona que planea quitarse la vida, no son psiquiatras o suicidologos, es por ello que no tendrían por qué notar algo para lo cual no están capacitados.

Quien se suicida realmente no quiere morir, quiere dejar de vivir de la manera en cómo lo está haciendo, detrás del suicidio hay desesperanza, está la creencia errónea de que toda ira de mal en peor, de que todas las puertas están cerradas, no hay un para qué vivir, mucho menos un cómo vivir, a todo esto, añadida la incapacidad para pedir ayuda. En la muerte por suicidio, el asesino y la victima son la misma persona, una realidad bastante dolorosa de asimilar.

La ausencia de quien muere por suicidio deja un misterio por resolver: ¿Por qué lo hizo? Una respuesta que solo la tiene quien decidió morir de esta manera. Acompañemos a los sobrevivientes de este tipo de muerte con compasión, con dos orejas, una boca, no juzgando lo que no conocemos, sino siendo plenamente conscientes de su necesidad de contención y de su necesidad de esperanza, de esperanza real, sin duda, la vida no será la misma después de un suicidio, pero una presencia amorosa que camine con ellos a lo largo del proceso de duelo puede hacer que ese corazón dolido sea confortado y descubra que se puede ser feliz y pleno a pesar de que esa persona que él quería que lo acompañará, hoy ya no esté a su lado. Referencias: Pérez, G. (2013. Elige no tener miedo. México: Diana.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo con estudios en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

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