Por: Carlos Martínez Loza


Ciudad de México, Setp. 17.- Suelo ir a la Cineteca cada que las aguas de Heráclito pasan por mi río. Es decir, cuando me toca por el azar o el influjo del tiempo. Hace unas tardes bajé a esas aguas y miré el decurso de una película (‘Sobre lo infinito’, Roy Andersson, 2019) que a juzgar por su sinopsis, una especie de exordio discursivo que busca capturar nuestra atención y benevolencia en tan solo tres o cinco líneas de lectura, prometía “Una reflexión sobre la vida humana en toda su belleza y crueldad, su esplendor y banalidad.”

Me senté diez minutos antes en mi asiento, expectante y pensativo en la belleza como valor y en que muchos hablaban de la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra. Se hace la oscuridad y el proyector desparrama su luz sobre el blanco lienzo, es la escena de apertura: dos ancianos sentados sobre una banca contemplan el atardecer sobre una pletórica ciudad cuyo gris cielo es decorado por el vuelo de las aves que se alejan al infinito; entonces ella le dice a él: “Ya es septiembre”. En esas dos palabras se activa un marco vital: la fugacidad del tiempo, que vuela como esas aves que se alejan hacia donde no sabemos dónde. Entonces supe de inmediato que estábamos a punto de ver algo inolvidable.

El modo de proceder de la película es la enumeración de pequeñas escenas que capturan la vida humana en una ciudad fría, nostálgica y en la que sus paisajes forman parte del ser. A la manera borgiana del El Aleph, una voz femenina va narrando lo que ha visto en el espacio cósmico: “Vi un hombre que había perdido la fe…vi a una mujer que pensaba que nadie la esperaba…vi a una pareja de enamorados que volaba sobre una ciudad en ruinas”, la magia de esas visiones reside no solo en lo visual sino en su misma enumeración dispar, tal como lo observó Novalis: “Nada más poético que las mutaciones y las mezclas heterogéneas.”

Entre esas escenas hay una que es singularmente llamativa: es quizá diciembre, un hombre mira caer la nieve a través de las ventanas, de fondo suena Noche de Paz (canción declarada Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad en 2011); ese hombre sabe lo que los demás también saben al mirar la ventana: la unicidad del momento, su belleza opresiva y su despiadada liquidez: se irá para siempre para convertirse solo en una borrosa imagen del pasado. Todas las cosas nos van dejándonos, pero ese hombre se niega y quiere gritar con Goethe “¡Detente, instante, eres tan bello!»

Sigo pensando en aquella escena y en las opiniones sobre la muerte de la reina de Inglaterra. Es hora de ir a casa. Al escribir estas líneas me reencontré con el ‘Brut’, un poema inglés del siglo XIII compilado por el clérigo Layamon; ahí está escrito lo siguiente y que siento como el epílogo de este artículo, sin mayores explicaciones: “Y luego iré a mi reino y entre britanos moraré con mucho deleite.”

Comparte en: