Los primeros 1000 días del bebé – Don Chimino

Por: J. David Flores Botello

LOS PRIMERO 1000 DÍAS DEL BEBÉ.- Desde la concepción hasta los dos años, cada día cuenta. En estos mil días, el bebé crece a un ritmo impresionante, su cerebro forma millones de conexiones y su futuro se moldea con cada experiencia. La nutrición, el amor y la estimulación son los tres pilares que pueden hacer la diferencia entre un niño sano y un niño en desventaja. El desarrollo del bebé comienza en el vientre materno. Lo que la madre come, siente y vive impacta directamente en su formación. El ácido fólico es clave para su cerebro, evita problemas del tubo neural, malformaciones cerebrales; junto con el hierro, evitan anemia. El omega-3 es necesario para sus neuronas. Cada nutriente cuenta. Además, la salud de toda la vida se programa desde esta etapa. Enfermedades como la diabetes, la obesidad y los problemas cardiovasculares pueden prevenirse desde la gestación. No solo la alimentación es determinante, también el estado emocional de la madre. Un embarazo en calma reduce el riesgo de trastornos neurológicos en el bebé. En solo nueve meses (270 días), pasa de ser una sola célula a un ser humano completo. Su cerebro ya procesa sonidos y emociones antes de nacer. Al nacer, el bebé llega con un cerebro listo para aprender y un cuerpo que necesita protección. Aquí es donde la lactancia materna es oro líquido. La leche materna es el mejor regalo: nutre, protege de infecciones, reduce alergias y fortalece el vínculo con la madre. No solo alimenta, también construye defensas y regula el crecimiento del bebé. Mientras su sistema digestivo se fortalece, su cerebro se expande. Se forman millones de sinapsis (conexiones neuronales) al día y cada palabra, cada caricia, cada mirada cuenta. El apego seguro es fundamental; atender el llanto con amor no lo malcría, le da seguridad. Un bebé que se siente amado será un niño emocionalmente estable. El sueño también es esencial. Mientras duerme, su cerebro madura y su cuerpo crece. Dormir no es opcional. A partir de los seis meses, el bebé comienza a explorar más allá de la leche y de los brazos. La alimentación complementaria es una transición clave: más hierro, menos azúcar, es momento de enseñarle sabores y textura. Es el momento ideal para enseñarle hábitos saludables que influirán en su futuro, desarrolla sus preferencias alimenticias y comienza a moverse con mayor autonomía. Se arrastra y luego gatea, toca, prueba, tira y vuelve a intentar. Cada movimiento es un aprendizaje. El lenguaje empieza a formarse. Aunque aún no hable con claridad, cada palabra que escucha, cada canción, cada cuento leído, es una semilla para su inteligencia. Su cerebro necesita estímulos constantes, pero, ojo, no de pantallas, sino de interacción humana. El contacto con sus padres es lo que realmente lo potencia. Al llegar al primer año, el niño empieza a desarrollar independencia. Aprende a caminar, a comunicarse con más palabras, a tomar decisiones simples. Su carácter comienza a definirse y sus emociones se expresan con mayor intensidad. Los berrinches o rabietas no son caprichos, son su forma de decir que aún no sabe gestionar la frustración. La paciencia y los límites claros son clave para enseñarle autocontrol. Sigue explorando el mundo, necesita jugar, ensuciarse, tocarlo todo. El juego es su mejor escuela. En todo este proceso, las vacunas cumplen un papel fundamental. No solo protegen al bebé de enfermedades graves, sino que cuidan su salud a largo plazo. Cumplir con el esquema de vacunación es lo más conveniente. Los primeros mil días de vida son irrepetibles. Lo que haga por él en este tiempo tendrá eco toda la vida. No es magia, es ciencia. Nutrición, amor, estimulación y prevención son la base de un niño sano, inteligente y feliz. Lo que un bebé come, siente y aprende en estos mil días define su vida futura. Criar con información, paciencia y mucho amor no es un lujo, es una necesidad. Aproveche cada día, porque no se repite.


DON CHIMINO.- Ya ve que le dije que pienso que me cayó l ´azúcar por un pinchi bolillo, y lo sigo pensando. Dende que yo taba pilcate oyí decir a mi agüelita que, siempre que temblaba anque juera poco, lo correpto y lo justo era comer bolillo p´al susto. Yo nunca me ´bía asustado tanto como ese día del temblor del 19 de sectiembre de 2017. Verdá de Dios, chín chín, nunca ´bía yo sentido tan de cercas la Calaca. Onde que de oyír los gritos de imploración de mi Puchunga y verla adorrillada con los brazos abiertos en cruz, suplicando al Cielo, pensé que de veras ya era el Apocalicsis, el juicio final… y yo, ni tan siquiera ´bía ido a confesarme en todo el año. Jue primero ella la que se calmó. No sé si por abrazarme tan juerte me echó su susto de ella, que me lo ahiga pasado porque, ya la miraba tranquila y a mí me seguían tembelequiando las corvas, me sentía lacio y mi corazón, si bien ya no taba desbocado como cuando taba la cosa más cabrona, agún todavía iba a trote galopiado. Apenas pasó el temblor, se empezaron a oyir hartos coches en la calle. Eran los papás que salieron por sus hijos a las escuelas que agún todavía taban en clases a esa hora. Me dejé caer en el sofá mientras mi Púchun, insisto más tranquila que yo, como si de verdá me ´biera echado su susto encima, se jue ligerita al refrigerador. Sacó un limonzote airo, sin semilla, lo partió a la mitán, le dio una chupada, entrecerró sus ojos como si redepente el sol le viera pegado en plena cara, jrunció su boca como beso de abuelita enojada, sus cachetes se le metieron pa´dentro, arrugando sus narices como si ´biera olido un pedo ajeno. De pronto, sacudió sus hombros, zarandió la cabeza como si le ´biera dado un calosfrío en su colugna vertebral y gritó: “¡Huuuugh!”. Mientras se seguía chupando su limón haciendo gestos, me ofreció la otra mitán diciendo que allá en la Costa de onde es su familia lo toman pa´que no les haga daño el susto pero, nomás de verla se me hizo un hoyo en la panza como si se me ´bíera revolvido el ácido muriático en mi estógamo. Jue entonces que me acordé de lo que decía mi agüelita, que lo más mejor p´al susto era un bolillo. Asina que jui a la mesa del comedor a buscar un bolillo, solo encontré uno duro, de dos días antes, mero ese día no jui a mercar bolillos y era l´único pero, como nos los vende un señor que agún todavía los hace artesanales, le clavé un trinche en una punta, prendí la parrilla de la estufa, me puse a darle de vueltas sobre la lumbre, como pollo en rosticería, hasta que quedó bien doradito y quedó casi como recién hecho. Me serví en una taza un poco de café que quedó de la mañana y me senté a comerme la cascarita, poco a poco, cacho a cachito, casi de a pellizco, chopiándola. Me supo tan rica que me seguí con el migajón, desmenuzándolo en pedacitos hasta terminármelo. Me cayó tan bien que, las moronas que quedaron sobre la mesa, las recogí con un dedo y tambor me las zampé. Dende entonces, como si viera sido magia o brujería, el bolillo es ahora mi veneno o mi droga, no puedo dejarlo, son tres al día y, yo creo que por eso me cayó l´azúcar, por tanta harina. Ya mi doptor me lo prohibió, me dijo que cuando mucho la mitán de uno, pero no puedo dejarlo. Por eso digo que todo por un pinchi bolillo… y ¡ándales! Ya me la crolongué, áhi nos pa l´otra, graciotas.

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