Por: José Eduardo Cruz Carbajal


Ciudad de México, Noviembre 12.- Ser tanatólogo, una vocación, una vocación que me ha llevado a trabajar con la muerte y las pérdidas, a trabajar con aquello que es considerado un tabú, a trabajar con aquello que está en lo oscuro, a trabajar con aquello que pretende ser ignorado, pero que tarde o temprano grita su existencia: El dolor. Hacerle frente al dolor es un arma de doble filo, no solo he acompañado a otros mientras transitan el oscuro y retorcido sendero del dolor, también he tenido mis propios dolores, la teoría parece hacerse nada en los momentos en los que el dolor se ha presentado en mi vida.

Muchas veces parece que me encuentro a mí mismo en quienes acompaño, y la vida me recuerda que yo soy alguien que también está en proceso de transformación. En muchas ocasiones, el silencio ha sido mi mejor aliado, las situaciones que me comparten son tan complejas y dolorosas que las palabras salen sobrando, una presencia amorosa y en silencio se vuelve el acto de amor más prudente que puedo ofrecer a quien me honra compartiendo conmigo el pesar de su alma.

Muchos corazones me han sido confiados, ¡Me siento honrado por ello! Al mismo tiempo que sé que he adquirido una gran responsabilidad: Llevar a ese corazón a soltar el dolor y a recuperar las ilusiones y el deseo de vivir. El duelo es como una herida, esa herida necesita ser observada, primeramente, después, ser tocada con extremo cuidado, esa herida necesita lavado, curación, a veces sutura, tal proceso es incómodo, pero es necesario para que la herida pueda cicatrizar, la cicatriz ya no duele, pero es la marca del paso del dolor en la vida de alguien.

De esa manera trabaja un tanatólogo, restaurando vidas, vendando con amor y compasión las heridas del alma, escuchando una y otra vez la misma historia hasta que ésta deje de doler, pero también siendo un faro de luz en la oscuridad de sus queridos dolientes. Un tanatólogo encara el dolor, no huye de él, un tanatólogo vive sus propios dolores, experimentando la doble cara del dolor: Ser vivido en compañía, pero también, ser vivido en soledad.

Ser tanatólogo es comprender que detrás del miedo y del dolor está la vida, es comprender que no siempre hay una respuesta para todo, pero siempre hay algo que se puede hacer por quien transita un dolor, es garantizar al que sufre que no estará solo en su pena, es tomar fuertemente su mano y no soltarlo, hasta que su visión sea aclarada y su corazón vuelva a experimentar el gozo de la conexión con los tesoros que a primera vista no se pueden ver, por venir envueltos en aflicción.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo con estudios en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

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