Por: Carlos Martínez Loza


Ciudad de México, Noviembre 12.- Gilbert Keith Chesterton arremetió contra una práctica de su tiempo: “Las falacias no dejan de ser falacias porque se pongan de moda». Bien puede llamarse a esto la ‘teoría de la falacia influencer’: que un tipo de pensamiento o razonamiento sea popular no se sigue por ese hecho su conversión a la validez lógica.

Desde Aristóteles se estudian estos tipos de argumentos (paralogismon, sophishmata, fallaciae) considerados como erróneos, no válidos, aparentes, no sólidos o racionalmente no convincentes por violar alguno de los criterios o estándares de los buenos argumentos. Las clasificaciones son tantas como sus autores, su taxonomía ha prohijado una vasta literatura. He pensado que se puede incurrir, en mi caso ingloriosamente, en una actividad lúdica a la manera del The Devil’s Dictionary de Ambroce Bierce o el ‘Diccionario de la ideas recibidas’ de Flaubert. He aquí lo que he apuntado en mis horas domésticas:

Ad obscurum.

A mayor oscuridad en la explicación, mayor profundidad y razón.

Falacia antimoralista.

Si haces un juicio moral, tu argumentación es inválida.

Falacia gustativa.

Si me gusta, es bueno.

Falacia del arte.

  1. Si algo es arte (pintura, música, literatura), también es necesariamente bello y digno de admiración.
  2. Como no hay criterios objetivos para la belleza en el arte, todo es bello.

Falacia estética.

Creer que porque algo es bello también es bueno.

Falacia oratoria.

Pensar que si alguien habla fuerte, su argumento es contundente.

Falacia relativista.

No hay verdades absolutas, solo la mía y la de mis coideólogos.


Falacia sibarita.

Si el alimento es sabroso, también es nutritivo.

Falacia Twitter.

El discurso verdadero y racional es aquel cuyas premisas son ’trending topic‘.

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