La perversión en la realidad
Por: José I. Delgado Bahena
Ahora que estoy por publicar el tomo V de las historias que he venido compartiendo en este Diario, y que alguien me preguntó: “¿Por qué sigues escribiendo perversidades?”, me he detenido a reflexionar sobre esta pregunta, y la respuesta, aunque no llegó de manera espontánea, es clara y sencilla: porque las perversidades siguen.
Es cierto: con frecuencia me preguntan en qué me inspiro, y mi respuesta generalmente es la misma: en la vida.
Pero es importante que nos detengamos a analizar sobre situaciones que en la cotidianidad de los días nos encontramos en cada paso que damos; pero recordemos que, en psicoanálisis, solo se habla de perversión en relación con la sexualidad, y aunque Freud reconoce la existencia de otras pulsiones, además de las sexuales, no habla de perversión en relación con ellas. En la esfera de lo que llama las pulsiones de autoconservación, como el hambre; lo describe, sin utilizar el término «perversión», como trastornos de la nutrición, que muchos autores designan como “perversiones del instinto de nutrición”. Para Freud, pues, tales trastornos se deben a la repercusión de la sexualidad en la función de la alimentación; podría decirse, entonces, que esta ha sido «pervertida» por la sexualidad.
En nuestros días, el término se utiliza para designar “desviaciones” del instinto, definido como un comportamiento preformado, propio de una determinada especie y relativamente invariable en cuanto a su realización y a su objeto. Los autores que admiten una pluralidad de instintos se ven inducidos, por consiguiente, a otorgar al concepto de perversión una gran extensión, y a multiplicar sus formas: perversiones del “sentido moral” (delincuencia), de los “instintos sociales” (proxenetismo), del instinto de nutrición (bulimia, dipsomanía). Por eso, es corriente hablar de perversiones, o más bien de perversidad, para calificar el carácter y el comportamiento de ciertos sujetos que indica una crueldad o malignidad especiales.
Con base en estas conceptualizaciones de los comportamientos humanos, tomé la decisión, desde 2011, de registrar, en personajes que tuvieran que ver más con la imaginación que con hechos reales, algunos destellos de nuestra cotidianidad.
Sin embargo, los temas como el abuso sexual, la traición, la corrupción, la pedofilia, la delincuencia, las enfermedades venéreas, la chapucería, la venganza, el desamor, la prostitución, el menosprecio por las leyes, el abandono, el desprecio, el rencor, las adicciones, entre otros, no se agotan; con diferentes matices, persisten en la sociedad y, definitivamente, seguirán existiendo como rasgo inherente a la naturaleza humana.
Al escribir estas historias, que leen tanto mis seguidores, lo hago con un profundo respeto y sin pretensiones moralistas que pudieran etiquetarse como juicios o condenas.
Solo aspiro a que mis personajes encuentren acomodo en los conceptos que manejo en las narraciones, y logre, con ello, deslizar, en las emociones de mis lectores, una justificación acorde a las historias, para que jueguen a ser ellos, cuando en realidad podrían ser otros.
Ser, pues, una especie de espejo en el que nos encontremos, desnudos, participando en rituales, en circos montados en habitaciones oscuras y a media luz, en los que se desparramen la pasión, el arrojo y el amor, para terminar mirándonos frente a frente y descubrir que puede existir la conjunción de cuerpos, pero que, sin la unión de almas o pensamientos, al final nos encontraremos de nuevo solos, completamente vacíos.
Entonces, al leer el Manual para Perversos, encontramos los gozos de hombres y mujeres, disfrazados de soledad y demasiada melancolía; la derrota de hombres y mujeres insaciables de amor, no tanto de deseo. De manera que, el amor se convierte en perversión, como si amar fuera una prostitución del alma. Muchas veces creemos que lo que llamamos perversiones nos lleva necesariamente a indagar en territorios desconocidos de intercambios, infidelidades, grupos, instrumentos y hoteles, cuando en cualquier intimidad es posible saciar el hambre del propio cuerpo y el espíritu: hombres y mujeres que se enamoran para continuar inyectándose la droga necesaria de la atención, el cariño, el orgullo, la admiración y el reconocimiento, y así sentir la energía necesaria para continuar su camino por la vida.
Al final, de lo que se trata es de tirar barreras, tabúes, mitos, miedos y prejuicios en torno, sobre todo, a nuestro cuerpo y a la sexualidad. Llegar y volver a la luz sin remordimientos; porque sabemos que donde todo está permitido, nada está prohibido, y lo que buscamos no es el encuentro con otras personas, sino el descubrimiento de nosotros mismos.
Por eso, cuando me preguntan si lo que escribo es real, inevitablemente respondo con la frase que todos conocemos: “La realidad supera a la fantasía”.