La vida es sueño
Por: José I. Delgado Bahena
Cada año, al acercarse estas fechas en las que recordamos a nuestros seres queridos que ya han muerto, nos apegamos a la tradición y las creencias de su visita en los días últimos de octubre y primero de noviembre; entonces, inevitablemente, nos detenemos a reflexionar acerca de este tema que tiene varias interrogantes desde el principio de la humanidad.
¿Qué sigue después del último suspiro del ser humano? ¿Existe otra vida más allá de la muerte física? ¿Es verdad que el alma trasciende a otra dimensión donde hay divinidades que desde siempre han regido nuestra existencia?
A lo largo de la historia del ser humano, estas y otras muchas preguntas se ha hecho el hombre, pero todo sigue siendo un misterio.
Lo cierto es que, desde que nacemos, traemos la señal de la muerte. Todo lo que vive tiene que morir. Es la ley inevitable de nuestro paso por el mundo y nadie, pero nadie, escapará de esta consigna a la que muchos tememos y, por supuesto, queremos que se retrase lo más posible.
Pero el mexicano se ha proyectado como retador ante la muerte. Le escribe canciones y poemas y juega con ella arriesgando, en una apuesta, lo que le queda de vida.
Así, escribe calaveritas, que son composiciones en las que se ridiculiza al personaje en un tratamiento como fallecido, cuando no lo está.
Estaba la triste muerte/ cubierta con su gabán,/ pensando, siempre pensando,/ a quién se iba a llevar./ En eso se escuchó un grito/ como un lamento fatal/, ella vio que se trataba/ del profesor Albarrán./ La flaca peló los dientes/ y le dijo: ¿adónde vas?/ quiero que bailes conmigo/ y gran noticia serás./ “No me lleves, calaquita/ -le dijo el mustio galán-,/ mejor llévate a Ninfita,/ tu casa podrá administrar”/. La ingrata no lo pensó/ y a los dos se los llevó/ ahora dan las noticias/ a los muertos del panteón.
México es el lugar por excelencia del homenaje a los muertos. El Día de Difuntos en suelo mexicano es una tradición prehispánica que procede de la costumbre de guardar los cráneos de los muertos como trofeos.
La tradición dice que los muertos van llegando cada doce horas entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre, siempre en orden: primero los que fallecieron por causas trágicas (accidentes, por ejemplo); después lo hacen los ahogados; los dos últimos días del mes comienzan a llegar las almas de los que se encuentran en el limbo, niños no bautizados, olvidados o sin familia, y por último, los días 31 de octubre y 1° de noviembre, cuando llegan primero los niños muertos, y después los adultos.
Otra hermosa tradición mexicana es la de las catrinas, creadas por José Guadalupe Posada, que representan a la muerte luciendo sus trajes coloridos y grandes flores.
Sin embargo, la verdad es que la transición de la vida a la muerte sigue siendo un misterio que, a pesar de las hipótesis y los conceptos filosóficos con los que se les ha tratado en diversos estudios y ensayos, nadie tiene la forma de develarlo.
Quizá, como dijera Calderón de la Barca, en su obra “La vida es sueño”: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”
De manera que, tal vez, lo más importante de estar vivo, sin duda, es “vivir”. Es decir: caminar, respirar, sonreír, trabajar, jugar, ¡amar!, porque, cuando entendamos que TODOS estamos de paso, perderán valor las posesiones materiales, los disturbios, las guerras. Nadie se podrá llevar nada. Ni caso tiene pensar en dejarles asegurado su futuro a los hijos; porque, al final, también ellos partirán y dejarán aquello por lo que no esforzamos en dejarles, como si ellos sí fueran inmortales. Lo que sí debemos dejarles es la convicción de que sus días, también, están contados, y convencerlos de que deben vivir en armonía, con respeto hacia los demás, siendo tolerantes y comprensivos ante las diferencias, pero sobre todo, amando.
Por último: recordar que solo muere quien ha sido olvidado. Sigamos recordando a nuestros amigos y familiares que se nos han adelantado para, con ello, no dejarlos morir.