Por: Rafael Domínguez Rueda.


-La cabaña de don Fabián.


La cabaña es hermosa, llena de luz, al mismo tiempo cálida y confortable. Se encuentra en medio de un gran patio lleno de vegetación: árboles frondosos y una asombrosa variedad de plantas, unas con flores y otras sólo ofrecen su follaje. Complementan el ambiente unos gatos confianzudos y en el corral unos gallos finos y unas gallinas ponedoras.
El jardín, que se extiende más allá de la cerca lo diseñó el mejor arquitecto de paisajes del mundo: Dios. Llega hasta la montaña de nombre Papaxtla; de sus alturas llega el vuelo del colibrí y la primavera, el canto del gorrión y la calandria. Es de Margarito López Ramírez esa casa; en ella disfruta de su segunda juventud, ahí recibe a sus amigos y, desde luego, a sus hijos y a sus nietos.
Ahí, en ese barrio de Los Amates y que se encuentra en los suburbios de Tixtla, un lugar para disfrutar de un paradisiaco entorno natural, mi amigo Margarito, señorial señor, genial escritor, insigne maestro, así cumple cada día la tarea que sabe hacer mejor: vivir.
Cuida el huerto, atiende a los gallos, da de comer a las gallinas, riega las plantas, lee, oye música y escribe, escribe con sentido social y contenido humano, sabe expresar sus vivencias personales y las que recoge de sus coterráneos, para deleitar al lector y hacer historia y a las cuales conjuga con una tarea de exaltación a lo mejor de su patria chica.
Los amigos –se dice- son un tesoro, por eso hay que frecuentarlos para pulir ese tesoro. En ese entendido, la semana pasada me hice acompañar de mi buen amigo de juventud Alfredo Avilés para ir a visitar a Margarito, ya que unos días antes había celebrado su cumpleaños y quise refrendarle mi aprecio y admiración a quien ha sido parte de lo mejor de nuestras vidas.
¡Qué hombre tan humano es este Margarito! Yo no sé si la vida sea arte o sea ciencia, pero él es un artista en la ciencia de la vida, y un maestro en el arte de vivir. Sabe de la canción y del poema; conoce muchas cosas acerca del amor y de la amistad; aunque desempeñó varios cargos importantes dentro del sector educativo, desdeñó la tentación de la riqueza y es espejo de honestidad, de integridad, de idealismo y de lealtad a sus amigos.
La misma sonrisa tiene para la dicha que para las penas; para los amigos como para los desconocidos. Ha sabido vivir con plenitud, es decir, en armonía y equilibrio, en armonía con los ciclos de la Madre Tierra, de la vida y de la historia y en equilibrio con toda forma de existencia.
Nuestra visita, nuestro anfitrión las convirtió en fiesta, qué digo, más bien resultó un fiestón, pues en una terracita, bajo un frondoso huamúchil, dispuso las cosas de tal manera que no nos quedó otra cosa más que afinar la garganta, estirar las piernas, aguzar los sentidos y dejarnos envolver por el ambiente romántico que priva en esa cabaña.
En ese entorno agradable transcurrieron cuatro horas sin sentir. Una plática amena, fluida, salpicada de chascarrillos; aderezada con el elixir de los dioses, conocido como zihuaquio y una variada botana. Curiosamente amenizaban el convivio unas chicharras que, a decir del maestro, esos insectos, además de que imploran la lluvia, simbolizan la resurrección, inmortalidad, vida después de la muerte, eterna juventud y felicidad. Ahora me explico porque el maestro es tan jovial, vivaz y ameno. Su hada madrina ha convertido esa inigualable cabaña en la fuente que le trasmite los siete secretos de la eterna juventud.
Gracias a Margarito López y a su familia por la espléndida hospitalidad que nos brindaron; por ese memorable pozole, gala de gula guerrerense, bocado no de cardenales, sino de pontífices.
Y le envío otro abrazo, uno más a Margarito, amigo cuya amistad es abrazo permanente. Su vida ha enriquecido la nuestra. La ha vivido con pasión de tempestad; en él han actuado más las emociones que la fría razón. Sobre Margarito jamás caerá la noche, pues brilla en su alma permanente luz. Con ella nos ha iluminado a sus amigos; va en nosotros su jocunda risa, la gracia y el talento de su decires, su generosa entrega a los demás, su profunda sabiduría de ser.
Haberte hallado en el camino, Margarito, es haber hallado un camino. En él nos seguimos encontrando siempre. En él tendremos siempre 25 años…

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