-Letras de oro “a la malagueña”.

Por: Rafael Domínguez Rueda

Los mexicanos somos buenos para la fiesta, para presumir lo poco que sabemos, pero no para el estudio profundo, para el conocimiento de la verdad, para la real celebración de lo que nos distingue verdaderamente. La historia no tiene héroes ni villanos, ciertamente hay personajes notables, pero la demonología y los divulgadores de la historia no deben tener lugar en la historia.

La historia requiere un gran esfuerzo de investigación, de conocimiento, una acumulación de saber para llegar a la comprensión; facultad de la inteligencia que no da el internet ni el copiar aquí o allá.

Hace años, en la presentación de un libro, el Lic. Salvador Román Román, quizá el único historiador local ecuánime, expresó: “El trabajo de investigación es un ejercicio que potencia la capacidad de comprensión y crítica, análisis y síntesis, relación y contextualización con profundidad e inteligencia, es decir, una serie de destrezas que pueden aportar a la sociedad un conocimiento que le permita comprender su presente y explicar su pasado”.

El anterior exordio viene a colación, porque mañana se celebra un aniversario más del natalicio de Nicolás Bravo y con ese motivo, voy a reproducir una síntesis del ensayo: Letras de oro “a la malagueña” escrito por el gran tribuno e historiador Carlos Román Célis; un texto que cumple con las expectativas propias de la investigación. El resultado de este trabajo profesional es una obra erudita e ilustrativa, porque constituye un ejercicio serio y un documento histórico.

El trabajo es histórico porque Román Célis hizo una investigación amplia, seria y con evidencias documentales y vivenciales.

Con una narrativa ágil y amena, así empieza don Carlos: “Para quien por primera vez penetraba al salón de sesiones del nuevo Palacio Legislativo, que acababa de inaugurar el presidente José López Portillo en aquella mañana del 1 de septiembre de 1981, era verdaderamente espectacular verlo convertido en una ascua gigantesca, no sólo por los potentes reflectores que desde todos lados llenaban de luz el escenario, sino también por los centenares de focos que componían el candil central, hecho de placas acrílicas transparentes que era uno de los más grandes que existían en su tipo”.

“A pesar de los reflejos que proyectaban –continúa describiendo la escena- haciendo difícil su lectura, en ese instante me di cuenta que los nombres y apotegmas de los héroes inscritos con letras de oro en cuatro placas verticales de mármol y una horizontal, habían sido cambiados de lugar, a la manera de como se hace “la sopa” del dominó, sin haberse respetado la ubicación histórica que debe corresponderles y tampoco siguiendo, por lo menos, el orden lógico que aún tienen en el muro de honor de la antigua Cámara de Diputados”. Un hecho reprobable que, a más de 40 años, nadie se ha atrevido a enmendar.

Continúa: “Pero la sorpresa fue que entre ellos aparecía ocupando lugar especial, el de Nicolás Bravo, mientras que el nombre del general Vicente Guerrero, había sido desplazado a otra de las columnas”.

El autor no sólo denuncia, demuestra fehacientemente un abuso: “Esa inscripción del nombre de Nicolás Bravo no se había hecho a lo largo de ciento cincuenta y dos años en ninguno de los recintos legislativos de los diputados y ni siquiera intentaron llevar a cabo “legisladores” sumisos a tiranías de la talla de la de Santa Anna o dictaduras como la de Porfirio Díaz y la del usurpador Victoriano Huerta”.

Más adelante precisa: “Ciertamente, Nicolás Bravo consiguió triunfos militares durante la lucha por la independencia, pero después sólo proyectó sombras en la vida de la República, por lo que el juicio de la Historia, bien decidido ya en la balanza de más de siglo y medio, muestra que pesa menos lo heroico de sus primeras acciones, que todo lo indigno de su posterior conducta”.

“Morelos –continua el relato- cuando se enteró que el general Leonardo Bravo y sus compañeros de prisión fueron ejecutados a garrote vil, ordenó entonces a Nicolás Bravo que pasara a cuchillo a los 300 españoles que tenía en su poder…, mas no lo hizo”.

¿Por qué no lo hizo? En la segunda y última entrega, el autor del ensayo nos lo dirá.

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