Por: Dr. Epifanio Martínez Barrera
El mundo se conoce leyendo y viajando
Haber nacido en la pobreza fue para mí un incentivo para la lucha en la o por la vida.
Cuando empecé a darme cuenta del medio que me rodeaba, sentía que el mundo era muy pequeño, aunque oía hablar de otros pueblos cercanos al lugar donde me desenvolvía: la casa, el campo y las huertas donde nos alquilábamos mi papá y yo. Mediante las ferias de la región, conocí varios pueblos circunvecinos como: Coatepec Costales, Tlacuitlapa, Chilacachapa y Cuetzala del Progreso mismos que conocí de paso cuando me les pegué en su viaje a la Feria de Cuetzala.
Para conocer Cocula, Atlixtac y Apipilulco, me ofrecí a salir de danzante a la Feria de San Antonio de Padua; así mismo conocí Paintla durante una feria donde es Patrona la Señora de los Dolores.
Casi ya un adolescente conocí la vida de arriero que con burritos transportaba cuatro costales de mango, mamey y naranjas a la estación del ferrocarril de la Ciudad de Iguala y creció más mi conocimiento cuando fui a la Ciudad de México en tren y al Puerto de Acapulco en 1946.
Por otra parte, la escuela me hizo saber a través de la Geografía y la Historia, el conocimiento de otros lugares tan importantes o más, de los que conocía hasta ese momento. Total que para mí, el conocimiento del mundo era algo que tenía un fin inalcanzable y que para comprobarlo, había que viajar. Por eso, bien dice el siguiente refrán: “El hombre no es de donde nace, sino de donde la pase”.