Una Decisión Oportuna
Por: José Rodríguez Salgado
Con reconocimiento al profesor Héctor Aguilar Padilla, ex director de la ENM.
He relatado que descubrí mi verdadera vocación de maestro de escuela en las aulas de lo que fue el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio y mi paso por la escuela rural de La Estacada, Mpio. de Tixtla, Gro. Nunca me he arrepentido de esa convicción que tantas satisfacciones me ha reportado. Supe desde mi lejana adolescencia que mi destino era el ejercicio del magisterio, con estudios universitarios sólidos para complementar mi formación normalista con una buena dosis de humanismo. Son muchos los testimonios que guardo celosamente como mayor tesoro. Cito como ejemplo la distinción de que fui objeto en octubre de 2021, por parte de la SEP al incluirme como una de las Cien Figuras Emblemáticas de la Educación en el Centenario de la Fundación de la dependencia.
Confieso con buena dosis de frustración y humorismo involuntario que de joven abrigué la aspiración de aprender a bailar, varias circunstancias lo impidieron; no lo logré tal vez por que la vida me negó la capacidad para el contorsionismo y la imposibilidad de la genuflexión. Esa limitante me permitió concentrarme para adquirir las armas teóricas usadas en la pedagogía y dedicarme sin distracciones al noble ejercicio educativo por más de 50 años tanto en los salones de clase como en tareas directivas, técnicas o administrativas. En mi juventud dediqué buenos momentos a la política estudiantil, para mi fortuna pronto descubrí que ese campo lo tenía vetado e interfería mis diarias actividades como profesor. Entendí que la política es el quehacer exclusivo de unos cuantos profesionales con el perfil requerido.
Me cautivó siempre la práctica de la oratoria y la adquisición paralela de los recursos técnicos así como la lectura de buenos textos que me aportaron las herramientas para el manejo puntual de las ideas y de las palabras. Dichoso aquel que por medio del verbo puede fijar y transmitir los sentimientos, proyectarlos apropiadamente es el signo de los buenos oradores.
Nobleza obliga reconocer las bondades de la vida y los hechos que se conjugan providencialmente para encontrar una luz oportuna, la palabra exacta, el instante decisivo y el consejo acertado, la mano amiga que alienta, consuela y ayuda. De esa manera se salvan vidas y se eluden las espinas del camino. Tuve en suerte a la llegada a la Ciudad de México a mediados de los cincuentas para estudiar en la Escuela Nacional de Maestros, el haber conocido y tratado al profesor colimense, Veterano de la Revolución José Reyes Pimentel Sánchez, de quien aprendí el valor de la amistad y el trato amable y respetuoso con los demás; que la leal permanencia en el trato sustenta la dignidad y ampara el bienestar común por encima de los intereses personales e infinitas avaricias y condenables ventajas.
Por el profesor Pimentel conocí y traté a infinidad de personajes de la política educativa como los profesores: Ramón G Bonfil, Antonio Barbosa H., Mario Aguilera Dorantes, Eliseo Bandala, Enrique Olivares Santana, Salvador Varela, Pablo Silva García, Claudio Cortés, Federico González Gallo, Salvador García Pastrana, Félix Vallejo y José Ángel Ceniceros Andonegui (1900-1979), titular de la SEP de 1952-1958, a quien dedico esta evocación. Su palabra fue determinante en mi vida. El profesor Pimentel intervino para que el titular de la SEP me recibiera en audiencia. Después de varios intentos nos recibió en su despacho del majestuoso edificio de Argentina #28 y ambos intercambiaron breves palabras de su paso por el Ejército de la Revolución.
Le presenté mi solicitud de empleo como burócrata en la dependencia, para que me permitiera solventar mi estancia y estudios en la capital del país. Me hizo varias preguntas relativas a mi origen, antecedentes escolares y necesidades familiares. A todas respondí con seguridad y sencillez. Comentó que si mi verdadera vocación era ser maestro debería dedicarme íntegramente a estudiar sin distracciones por más legítimas que fueran mis motivaciones. Me felicitó por mis calificaciones y dictó un memorándum dirigido al profesor Arturo Fajardo Carbajal, Director General de la institución para que me incluyera en la lista de becarios.
Así pude concluir mis estudios de manera relativamente holgada. Me grabé sus palabras llenas de sabiduría. Nunca como ahora en el venturoso retiro de la jubilación les doy nuevamente las gracias a ambos personajes. Ese término encierra mayúsculo significado. Guardo modestamente la certidumbre de no haber defraudado su confianza.
Marzo 02 de 2023.