Por: Netza Albarrán
En cada rincón de México, cuando una catástrofe natural golpea nuestro territorio se activa un despliegue de hombres y mujeres que, sin buscar reflectores ni reconocimiento, están dispuestos a poner su vida en riesgo para poner a salvo a los mexicanos. Hablo, por supuesto, de nuestros soldados y del invaluable Plan DN-III-E, una estrategia operativa que el Ejército Mexicano implementa para auxiliar a la población civil en casos de desastre. Estos soldados son la fuerza que actúa cuando la naturaleza nos recuerda su devastador poder.
Lo que hace especial su labor no son solo los actos de rescate que realizan. Es el compromiso genuino que muestran al dar lo mejor de sí por personas a las que no conocen y probablemente nunca volverán a ver. Arriesgan todo por familias desconocidas, pero que tienen una característica que para un soldado basta, son mexicanos. Por la naturaleza de nuestro territorio, por lo general vemos este actuar en temblores que provocan derrumbes o huracanes que dejan severas inundaciones, esto no impide a un soldado actuar, aún sin importar si esas mismas aguas que cruzan con dificultad están afectando a sus propios hogares o a sus seres queridos. En redes sociales abundan los videos que muestran a soldados con niños en brazos, sacando familias enteras de casas inundadas o creando caminos seguros en medio de la devastación. Las escenas son dramáticas y no se pueden ignorar: en esos momentos, los soldados de México encarnan la esperanza de quienes en ocasiones lo han perdido todo.
Es precisamente esa esperanza la que se enciende en el corazón de los mexicanos cuando ven llegar a los militares portando el emblemático brazalete amarillo del Plan DN-III-E. Para quienes han vivido la incertidumbre y el miedo de perderlo todo, ese brazalete representa más que símbolo en un uniforme. Es una señal de que no están solos, de que su Ejército Mexicano ha llegado para brindarles apoyo y seguridad. Ver a los soldados entrar a las zonas afectadas es una garantía de que la ayuda ha llegado, y con ella, una luz de esperanza en medio del caos.
De manera personal, me tocó vivir esta realidad cuando estaba por cumplir 8 años. Recién habíamos llegado a Mérida, Yucatán, cuando impactó el huracán Isidoro. Apenas teníamos algunos días en la ciudad, y nuestra casa no estaba completamente amueblada. No contábamos con suficientes reservas de comida y, aunque nos encontrábamos en un entorno relativamente seguro, el agua se metió a nuestro departamento cuando los vidrios se reventaron por la fuerza del huracán. Aquí, quiero hacer un especial reconocimiento a mi madre y con ella, a todas las esposas y esposos de militares que saben sortear junto a sus hijos los retos que presenta la vida de la familia militar. En ese momento, mi madre supo mantener la calma y transmitirnos esa tranquilidad a mis hermanos y a mí. Gracias a ella, recuerdo esos días no como una tragedia, sino como una aventura, una más en la vida de una familia militar.
En medio de esa situación complicada, mi padre, como soldado, tenía un deber que cumplir. Durante la emergencia partía de casa para auxiliar a cientos de familias que lo necesitaban más que nosotros. De manera rápida y esporádica, volvía a casa para ver cómo estábamos y entregarle a mi madre lo que lograba conseguir de comida. Luego, regresaba al frente de la devastación.
A diferencia de los políticos que se toman la foto con botas e impermeables impecables después de la tragedia, nuestros soldados saltan con decisión a las mismas inundaciones, a las corrientes de agua que amenazan la vida de los mexicanos. No importa si hay que subir a un segundo piso inundado o tener el agua hasta el cuello, lo que importa es rescatar a quienes están en peligro.
Aquí es donde debemos detenernos a reflexionar sobre la diferencia entre un político y un soldado en medio de la tragedia. El político llega al desastre para quedar bien, porque sabe que en un par de años volverá a pedir el voto a aquellas personas alcanzadas por la tragedia. Su motivación real es el rédito político, el impacto mediático, ¿acaso los vemos en su mayoría en medio de las tragedias cuando no tiene cargo público? Mientras tanto, el soldado actúa porque es su deber, sabiendo que probablemente nunca vuelva a ver a las familias que ayudó. Pero eso no importa, lo que sí cuenta es la satisfacción del deber cumplido, de haber salvado vidas. El soldado no busca cámaras ni aplausos, solo cumple su deber, aun cuando sus propias familias puedan estar pasando por situaciones similares.
Es importante que como sociedad valoremos ese lado humano del Ejército, esa capacidad de nuestros soldados de anteponer el bienestar de otros antes que el suyo, siempre con la convicción de cumplir su misión para con México. Cuando veamos el brazalete amarillo del Plan DN-III-E, tengamos claro que esa es la señal de que nuestro Ejército está presente, dispuesto a servir y proteger, como lo ha hecho una y otra vez en los momentos más difíciles de nuestra nación, pero sobretodo, recordemos la próxima vez que veamos a un soldado aplicando el Plan DN III E en medio de una catástrofe que detrás de ese uniforme hay una persona comprometida con la vida de cada mexicano, un héroe anónimo que demuestra el verdadero sentido del deber y el sacrificio y nunca nunca olvidemos que hay una familia que lo está esperando en casa.