Por: José I. Delgado Bahena

Mucha gente habla mal de su suegra y, sinceramente, algunas veces tienen razón de hacerlo. He conocido muchos casos en que, por culpa de la madre de alguno de los esposos, se desintegran los matrimonios.

Incluso he escuchado a algunos amigos que expresan frases de su suegra como las siguientes: “¿Cómo se dice suegra en chino? Lin-chen-la”. “Las suegras se inventaron porque el diablo no podía estar en todas partes”. “¿Cuál es el vino más amargo? El vino mi suegra”. “Me dediqué a tomar porque no podía ver a mi suegra. ¿Y por qué ya no tomas? Porque cuando me embriagaba veía dos”.

Yo digo que lo mejor es llevarse bien con esa mujer que fue la responsable de que te enamoraras, y más si sientes que eres feliz. Ahora que, si te pasa como a mí, pues no te queda más que adorarla.

Por aquella época, en que yo aún estudiaba, conocí a Tania. Ella es hermana de mi amigo Israel y, desde que la vi, me dije: “Pedrito, si con esta chava no te casas, no sé qué buscas”.

Israel y yo éramos compañeros en la UT y estábamos a punto de terminar nuestra carrera de paramédico. Ese día fuimos a su casa para elaborar un proyecto que nos había encargado un profe. Tania se mostró muy amable conmigo y hasta nos preparó unas quesadillas.

“¿Qué le hiciste a mi hermana, brother?”, me preguntó mi amigo con una sonrisa pícara que entendí muy bien y me llevó a pensar en la posibilidad de una relación con su hermana. No respondí y me limité a sonreír.

Con el paso de los días me fui volviendo de confianza en casa de Israel. A Elsa, su mamá, le caí muy bien y me fue tomando mucho cariño.

Ella tenía treinta y ocho años, pero aparentaba muchos menos, se veía como de treinta y, además, era muy atractiva. El padre de ellos los había dejado por irse a vivir con otra mujer. Elsa administraba un comedor en la colonia donde vivían, de manera que casi no estaba en casa.

Cuando terminamos la carrera, Israel encontró empleo en la Cruz Roja, pero yo estuve desempleado por varios meses hasta que Elsa me ofreció trabajo en su comedor y lo acepté. Me dedicaba a atender las mesas donde llegaban trabajadores de una fábrica cercana y a veces me dejaban algunas propinas.

Con esta convivencia, fue muy fácil que Tania me aceptara como novio y comenzamos una relación que pronto se fue perfilando hacia el matrimonio; pero, también se fue dando un trato afectivo entre Elsa y yo. Por eso, un domingo que llegué a su casa, con la esperanza de ver a mi novia, y me encontré con la noticia de que los dos hermanos habían salido a convivir con el padre de ambos, Elsa me invitó a quedarme para esperar a Tania y nos dispusimos a ver un programa de televisión.

Después de media hora, fue por un vaso de refresco y un plato con galletas que ella misma elaboraba y las vendía entre los clientes del comedor. Al colocar el plato sobre la mesita de centro, se inclinó frente a mí y me dirigió una sonrisa que no supe interpretar, hasta después, cuando, con extremada atención, me sirvió más refresco en mi vaso; pero, con un movimiento brusco y mal disimulado, derramó el líquido sobre mis piernas.

“¡Jesús bendito!”, exclamó, fingiendo una pena que no me tragué, “permíteme que te lave tu pantalón. Ven, te daré un short de mi hijo para que te lo pongas”. Me tomó de la mano y me condujo hacia la habitación de Israel.

Ya adentro, me dio el short y salió del cuarto. Más tardó en salir que en regresar con el pretexto de llevarse el pantalón; yo, sentado sobre la cama, apenas me lo estaba quitando cuando se paró en la puerta y, sin disimulo, se me quedó viendo por debajo de la cintura.

“Está muy bonito tu bóxer…”, me dijo acercándose y sentándose a mi lado. Sorpresivamente, depositó su mano sobre mi pene y me dio un apretón muy significativo. Yo no pude hacer otra cosa más que reaccionar como hombre y me enredé en la pasión desbordada por ella misma.

A los dos meses, con el apoyo de Elsa, me casé con Tania, y hasta nos permitió quedarnos a vivir ahí, en su casa, con ellos.

Para no provocar comentarios, dejé de ayudarle en el comedor y busqué empleo de mesero en otros locales de la ciudad.

En casa de Elsa estuvimos viviendo Tania y yo cerca de un año, hasta que mi padre me ofreció una casita que compró en la Ruffo. Durante ese tiempo, fueron muchas las ocasiones en que aprovechamos las ausencias de Israel y Tania para soltar los deseos y entregarnos al desbordamiento pasional que se da en una relación prohibida, como la nuestra, entre suegra y yerno.

Aun ahora, de vez en cuando me doy mis escapadas y con cualquier pretexto voy a su casa, cuando sé que está sola, y la pasamos muy bien.

Por eso digo que la suegra no tiene por qué ser vista de manera despectiva, menos si es tan joven y hace que pases tardes de lo más placenteras, ¿no crees?

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