Por: José I. Delgado Bahena

Todo pasó cuando, estando informados del eclipse de luna que habría, nos dispusimos a celebrar la despedida de soltera de Lina. Esa misma noche, a Humberto, su novio, le harían su despedida algunos de sus amigos en casa de Edwin, por la 24 de febrero. Por eso, aunque andaba yo muy apurada con las cosas que llevaría a la casa de Perla, donde sería la fiesta, advertí que Hortensia, la esposa de mi hermano Leonel, se había amarrado un tremendo listón rojo alrededor de la panza que ya amenazaba con reventarle cualquier día de la Semana Santa.

La vi sentada en un banco de plástico que papá había comprado en la feria, junto a su cama, triste y acongojada, porque, según supe después, cree que la menor cantidad de radiación y la fuerza de gravedad que aumenta en la Tierra al momento del fenómeno astronómico, afecta de alguna manera al bebé dentro del vientre. Piensa, también, que las malformaciones o la muerte del feto pueden tener extrema relación con un eclipse de Luna.

Yo, la verdad, no creo en nada de eso; pero sí me dio mucha tristeza ver a mi cuñada afligida por las creencias y los mitos que rodean a este fenómeno natural. Hasta le hubiera querido explicar sobre este tipo de eclipse, tal como me lo detalló Javier, en el trabajo, pero se me hacía tarde y aún tenía que pasar por las botanas al OXXO.


Al llegar a la casa de Perla vi que se encontraba estacionado un auto, y dentro de él a una persona. Al estacionarme, un joven bien parecido descendió del carro y se acomidió a ayudarme con las bolsas que llevaba. Después supe que era el striper que había contratado Olga, nuestra amiga y compañera de trabajo que sabía cómo contactarlo, ya que venía de Cuernavaca; no quisimos arriesgarnos contratando a algún muchacho de aquí, porque no sea que nos fuera a andar quemando.


Perla, además de arreglar la casa con serpentinas y decorados de chavos desnudos por todas partes, ya tenía las botellas y los hielos; después llegó Olga, acompañada de Lety y Ángela, con las demás cosas que faltaban.

Así que ya estábamos casi todas las amigas: Lety, Olga, Perla, Ángela y yo. Solo faltaba la festejada. Llegó como media hora después de las doce porque, según ella, estaba esperando a que pasara el eclipse para salir de casa; no sabía que se podría ver hasta como a las dos de la mañana.


Bueno, apoyados por Gustavo, el striper, destapamos las botellas y comenzamos a tomar y a realizar diversos juegos eróticos con él. Sinceramente, nos la estábamos pasando sanamente, con cierta picardía y algunos atrevimientos al ver al chico en tanga, y jugar con su cuerpo, pero sin pasarnos.
Ángela trajo unos listones rojos que tenían escritos los nombres de: vagina, clítoris, pene, testículo, glande, etc., nos lo amarramos en la cabeza y ese fue nuestro nombre durante la fiesta.


Lo que me gustó más de los juegos fue uno que propuso Gustavo. Teníamos que romper con nuestro cuerpo algunos globos que él infló; pero teníamos que hacerlo con movimientos del acto sexual. Fue muy divertido, porque hasta gestos y sonidos hacíamos.


Así, seguimos tomando tequila y participando en una gran cantidad de juegos, hasta que le tocó a Lina, el mejor.


Con una venda en los ojos, a ciegas, le pedimos que tocara diversos objetos que le pusimos en las manos: gelatina, leche, un plátano, una salchicha, etc., y nos dijera de qué se trataba. En una de esas, le dijimos en voz baja al striper que se colocara al alcance de ella. Lina, sin prejuicios, comenzó a tocar cada parte del cuerpo de Gustavo, hasta que llegó a su tanga. Ahí, sin pudor alguno, le metió mano hasta donde quiso. Gustavo se dejaba hacer y disfrutaba al máximo. En eso estábamos cuando se abrió la puerta de la casa.

Encabezados por Manolo, el novio de Perla, quien tenía llave de la casa, entraron los amigos de Humberto, él hasta al último, medio apenado por lo que hacían, supongo. Pero, al ver lo que Lina, su prometida, le hacía al striper, se puso como loco y se le fue a golpes al pobre de Gustavo. Manolo corrió hacia ellos; yo pensé que detendría a Humberto; pero no, con tremenda furia también comenzó a golpear al pobre de Gustavo. Como sea, y como pudimos, logramos contener la embestida de los dos amigos que ya habían dejado como “Santo Cristo” al pobre muchacho que contratamos para que nos apoyara en la despedida de soltera de Lina.

Con gran pena, entre Ángela y yo tratamos de curarle las heridas a Gustavo; mientras tanto, Lina y Perla discutían con sus novios y hablaban de terminar sus relaciones.


Sinceramente, yo también estaba muy molesta. ¡Cómo si no supiéramos que en sus despedidas les llevan chicas a los novios!


“¿Qué vamos a hacer, Olivia?”, me preguntó Lety, al ver al striper todo lastimado.


“Pues no sé. Hagan la “coperacha”, a ver si con una lana de más que le demos evitamos una demanda de su parte”, le sugerí.


Así fue. Logramos juntar dos mil pesos extras del pago convenido, se los dimos y, discretamente, salió, arrancó su coche y se fue.


Eran las dos de la mañana cuando salimos, en grupo, de la casa de Perla para dirigirnos, con el corazón apachurrado, a nuestras casas. Arriba, la redonda luna, lucía ensangrentada en su rojizo esplendor.

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