Por: José Eduardo Cruz Carbajal


Ciudad de México, Diciembre 10.- Si yo tuviera un amor, un compañero de vida, me encargaría de conquistarlo cada día, lo sorprendería con un detalle, con un beso, con un abrazo, le diría un “te amo” al oído cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir. Lo llenaría de regalos, le elogiaría sus virtudes y le ayudaría a pulir aquellas áreas que no son su fuerte. Mi compromiso con él sería acompañarle hasta mi último suspiro, comprendiendo que los dos somos seres completos e imperfectos, sabiendo que no me necesita para nada, pero que quiere compartir todo conmigo.

Nuestras vidas estarían llenas de carcajadas, de chismes, de buenos chistes, pero también de sabiduría para saber cuándo acompañar en silencio, solamente con una presencia de consuelo, de prudencia para comprender los momentos en los que ambos deseemos estar a solas con nuestros pensamientos, o simplemente distanciarnos en un momento de enojo, con el fin de no herirnos el corazón. Cada noche lo esperaría para cenar y charlar, y después sentarnos en el sofá y permanecer abrazados fuertemente en silencio, y así sentirnos seguros uno en el regazo del otro.

En la enfermedad cuidaría de él y velaría su sueño, le diría “aquí estoy, yo te cuido” entrelazando su mano en la mía, dormiría junto a él sin temor al contagio. Comprendería sus días negros, y en ellos lo abrazaría con más fuerza, y en sus días soleados su alegría sería la mía. Le haría saber que en mí tiene todo, o casi todo, desde luego, soy consciente de mis carencias, pero si puedo ofrecerle un amor, un compañero de vida, un confidente, un cómplice de locuras, un leal amigo, alguien que no se ira, cundo todos los demás se hayan ido, y alguien que lo sostendrá fuertemente de la mano cuando todos los demás le hayan soltado.

Tomaría su mano y tendríamos una buena conversación en la oscuridad en una noche de insomnio, mis ojos serían lo primero que vería al amanecer, así como lo último que vería al anochecer. Sé que no puedo quitarle sus temores, pero si puedo garantizarle que no tendrá que enfrentarlos a solas. Le aseguraría la fuerza y la certeza de mi amor, un amor que sabrá perdonar sus faltas y brindarle una nueva oportunidad para enmendarlas, un amor que no se debilita, sino que cada día se fortalece, un amor que no se apagará, un amor genuino, un amor lleno de fe, un amor que solo puede ser vencido por la muerte.

Referencias:

Silvera, A. (2017). Al final mueren los dos. México: Ediciones Urano.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo con estudios en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

Comparte en: