Por: Carlos Martínez Loza


Ciudad de México, Diciembre 3.- Es la Francia del siglo XVII, en las cercanías de París elevase el convento de Port- Royal. A la sombra de sus muros góticos escriben y rezan dos teólogos: Antoine Arnauld y Pierre Nicole, tenaces difusores del jansenismo (doctrina religiosa que enfatizaba la necesidad de la gracia divina), quienes redactan uno de los más iluminantes tratados de lógica de su tiempo.

Christian Plantin, otro francés, nos ha revelado en el curso de argumentación que imparte estos días en el Instituto de Investigaciones Filológicas que en los escritos de Arnauld y Nicole se mencionan dos curiosos sofismas: la falacia ad amorem y la falacia ad odium, la falacia del amor y del odio.

He recorrido los pasillos de la Biblioteca Central de la UNAM para dar con el volumen de Arnauld y Nicole, titulado en la versión española “La lógica o el arte de pensar”. En el capítulo XX, ‘Sobre los razonamientos incorrectos que se realizan en la vida civil y en los discursos ordinarios’, he dado con el pasaje que consagra tales sofismas. Traslado las palabras de Arnauld y Nicole:

“¿Cuántas personas conocemos que son incapaces de atribuir alguna buena cualidad, sea natural o adquirida, a aquellas personas a las que han tomado aversión o bien a las que les han sido contrarias en razón de sus sentimientos, deseos o intereses?”

En esta pregunta se nos exhibe la falacia ad odium, que puede representarse así: “Le odio, luego es un hombre que carece de valor”. El lector analítico puede advertir el paso indebido de este razonamiento: del odio que pueda sentir un prójimo a otro no se sigue su carencia de valor o mucho menos que sus opiniones sean erróneas. Plantin prefiere traducir así:

“Le odio, entonces es un hombre vacío”.

Para Arnauld y Nicole quien ensaya este razonamiento lo hace de alguna forma en su corazón; por ende, los llaman “sofismas o ilusiones del corazón”. En la vida cotidiana puede abundar este pecado de la lengua, particularmente en temas con una importante carga ideológica. Es fácil sentir aversión por aquellos que son contrarios a nuestros deseos o intereses.

La falacia ad amorem procede en sentido inverso:

“Le amo, entonces es la persona más hábil del mundo”.

Pero del amor que se pueda profesar a alguien o algo no se sigue la perfección de su ser o de sus argumentos. Creo que este razonamiento es muy tentador en cuestiones políticas, del amor al candidato o líder de un partido no se sigue su habilidad como gobernante o la perfección de su ethos.

Arnauld y Nicole consideran que ello cae fuera de toda razón, dado que nuestros deseos o sentimientos no alteran en nada el ser de lo que es exterior a nosotros, y agregan: “Solo Dios, cuya voluntad es realmente eficaz, puede hacer que las cosas sean lo que realmente quiere que sean.” Una afirmación que vendría a configurarse como la verdad de que solo el amor divino puede cambiar el ser de las personas.

Comparte en: