Por: Álvaro Venegas Sánchez
Hace ocho días, decidí leer en vez de escribir como lo hago los domingos desde varios años. Me pareció la mejor distracción para esperar los resultados preliminares de la elección presidencial. La tarde del sábado tomé el libro que adquirí recientemente LOS SUEÑOS de LA NIÑA de LA MONTAÑA, escrito por Eufrosina Cruz quien, a los 12 años, decidió irse de su pueblo al enterarse que la iban a casar por aquello de los usos y costumbres. Según datos biográficos nació en 1979, en Santa María Quiegolani, sierra zapoteca del estado de Oaxaca.
De la breve semblanza, el párrafo que atrapó mi interés dice: Soy Eufrosina, contadora pública, gané en 2007 la presidencia municipal de mi pueblo, pero los hombres de mi comunidad no me dejaron tomar el cargo poniendo como argumento: “Es que eres mujer”. Al paso del tiempo, me convertí en la primera mujer en presidir el Congreso oaxaqueño. “Esa soy yo: mexicana, indígena, hija, hermana, madre y mujer dedicada a la política y al activismo y quiero contarte parte de mi historia”. Saber que siendo niña de 12 años desafío la realidad impuesta y tuvo valor de confrontar a su padre para no casarse, fue suficiente para involucrarme en la lectura y conocer más su trayectoria.
Vinieron a mi mente otras vidas ejemplares de mujeres que luchando han abierto caminos para la reivindicación social. Mencionaré sólo tres, pero la lista es extensa considerando la participación en sus respectivas trincheras. 1) Benita Galeana, guerrerense, vendedora ambulante, aprendió a leer y escribir a los 30 años de edad, por su activismo en la capital de nuestro país fue reprimida y detenida 58 ocasiones; 2) Malala, Nobel de la Paz, desde su adolescencia luchó porque las niñas recibieran educación, siendo víctima de ataques a tiros por los talibanes en su natal Pakistan; 3) Domitila Chungara, boliviana esposa de un minero, en su libro-testimonio Si me permiten hablar, refiere lo que hizo para ser escuchada en el Año Internacional de la Mujer, realizado en México en el sexenio de López Portillo, ahí se inconformó porque las delegadas hablaban de temas sin importancia para ella, para lograr la igualdad de las mujeres y no de las causas reales que causan la marginación de la clase trabajadora, hombres y mujeres.
La Lectura de Los sueños de la niña de la Montaña, no cansa, al contrario. Son 11 capítulos con varios temas y narrativa casi cronológica. Refiere como es Quiegolani, su gente, la alimentación, las costumbres, qué hacen y lo que no deben hacer las mujeres desde niñas, la ventaja de ser hombre, la escuela, la admiración por su maestro Joaquín que sigue siendo inspiración y aliento en su lucha; la vida en Salina Cruz, su experiencia como instructora comunitaria de CONAFE teniendo 17 años, lo que sufrió para poder cursar el bachillerato y luego la carrera de Contaduría en la Universidad de Oaxaca. Leer e imaginar es lo de menos. Los que han estudiado viviendo de arrimados, aunque sea en casa de algún familiar, podría decir lo que tal condición implica.
Es una historia de terquedad, rebeldía y de poner muy en alto el beneficio de la educación. Desde el momento que no la dejaron gobernar su pueblo entendió que para que los pueblos indígenas y afro no los consideren menores de edad y las mujeres no sean personas de segunda, emprendió el viaje para modificar la Constitución de su estado, cambiar la Constitución de México y que la ONU también adoptara su iniciativa contra el sexismo y la discriminación.
Toda una odisea para que, siendo diputada local pudiera presidir el Congreso y desde ahí incidir y lograr la reforma de la Constitución oaxaqueña. Como diputada federal igual su participación fue determinante para establecer el cambio en el artículo 2, fracción tercera de la Carta Magna, a la que se le agregó: “Garantizando que las mujeres y los hombres indígenas disfrutarán su derecho de votar y ser votados en condiciones de igualdad…etcétera”. En todo el trayecto contó con la cobertura del PAN y para hablar en la ONU del presidente Peña Nieto. De las reformas estructurales del Pacto por México dice: “Sólo voté por la reforma educativa porque la educación no tiene por qué ser rehén de un sindicato”. Merced a ello, empezó a sentir indiferencia de algunos panistas.
Leí y repasé con atención lo que opina de los partidos: “Sólo son vías de gestión, porque viven de nuestros impuestos. No debiese haber de izquierda, derecha o centro, sino un espacio para los ciudadanos”. También lo que dice de los programas sociales: “Crear programas subsidiarios, sin exigir ninguna corresponsabilidad, es un gran error. Se ayuda, pero no se resuelve nada y se fomenta dependencia”. Ojalá, la Dra. Sheinbaum, se enterara de esta observación.
Eufrosina termina admitiendo que sueña ser gobernadora de Oaxaca, pero no está dispuesta a morir por hacerlo realidad; se obsesionó, reconoce, por modificar la Constitución para bien de las mujeres de comunidades indígenas y no necesitó para ello tanto años como legisladora.
Iguala, Gro., junio 10 del 2024.