Con el orgullo herido
Por: Moisés Sánchez Limón
¿Y los lambiscones dónde andan?
Esa sería la pregunta de Su Alteza Serenísima cuando el aplauso fácil comienza a escasear en los actos oficiales y, en contraste, las mentadas de madre, abucheos, desdenes y chiflidos nada amables tienden a ser condimento.
Elemental; el nadir del poder se aproxima inexorable. Y…
Más temprano que tarde, Su Alteza Serenísima resentiría el paulatino abandono, la soledad del poder, la ausencia de loas y el aplauso encaminado, maiceado por los programas de Bienestar.
Porque la clase política de casa, incluso, ésta que en los mítines aprovecha espacios para promoverse y pepenarse del jirón del poder presidencial de Andrés Manuel I que se rasga y lo desnuda dejándole la piel ciudadana común y, sin duda, más corriente de esos días en los que saboreaba el poder desde el balcón de Palacio.
Porque no supo ejercer el poder o se negó a aprender a ser Presidente y se quedó en émulo con su cargo escrito en minúsculas y camino al archivo de un gobierno que será recordado por los pobres porque los dejó pobres con más pobres en competencia por las migajas de contentillo para no hacer escándalo y votar morena y apoyar sin chistar lo moreno.
Sea por Dios y la pobreza franciscana que vistió de cashmere y marcas caras al licenciado presidente y abultó la fortuna escondida entre prestanombres y sus hijos e incondicionales, porque el billete de 200 pesos no le servirá para maldita la cosa cuando el 1 de septiembre del año entrante entregue el poder, a quien sea…
Y ese o ésa quien sea lo echará del que fue su Palacio.
Y si tiene tamaños y convicciones de hacer justicia le advertirá que se haga de un buen equipo de abogados o se largue del país porque, en principio, tiene demandas de genocidio por el perverso manejo de la pandemia de Covid 19 que cobró más de 700 mil vidas.
¡Ah!, el licenciado presidente que ironiza con esa pérdida de poder y la simpatía de quienes no tienen por qué tenerle simpatía y le han perdido el respeto porque la investidura que debiera portar con orgullo de ejercer el poder sin distingos ni apetitos transexenales, la manchó desde antes de rendir protestar en el cargo el sábado 1 de diciembre de 2018.
Y le duele la ausencia del aplauso.
Le hiere el orgullo que su contraparte en el Poder Judicial de las Federación, la ministra Norma Lucía Piña Hernández, no se levantara de su asiento, el antepenúltimo que perversamente le asignaron de última hora, junto al penúltimo de Santiago Creel Miranda, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, en el presídium en el Teatro de la República el domingo 5 de febrero en el acto conmemorativo del 106 Aniversario de la Promulgación de la Constitución Política de México.
En serio, funcionarios de la Secretaría de Gobernación atendieron órdenes superiores y alejaron lo más posible de Su Alteza Serenísima Andrés Manuel I a los incómodos actores políticos que no pertenecen al séquito de aplaudidores.
¿Por qué hicieron lo mismo con el senador Alejandro Armenta Mier, presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, si es de casa?
Burdos aprendices de brujos al servicio del tenor de Bucareli.
De que los hay, los hay…
Aplausos, aplausos, pide el Duce porque sin los aplausos la vida no se llama vida, porque son su linimento que apacigua dolores del alma ofendida y se alzan elíxir que le lleva a decir barbaridades y asumirse dueño del universo, maestro y gurú, patriota sin matices chovinistas aunque así procede.
Aplausos, aplausos porque Su Alteza Serenísima no se parece a los de antes pero le encanta disfrutar de esos placeres mundanos, vida de jeque en esa ínsula que es el Palacio Nacional, su palacio.
Mire usted.
El martes 03 de febrero de 2015, concluido su mensaje para anunciar medidas de transparencia en su gobierno, pillado con propiedades como la Casa Blanca valuada en miserables 85 millones de pesos, dijo a los reporteros: «Ya sé que no aplauden».
Y, ¡vaya coincidencias!, en la mañanera del martes 27 de agosto de 2019, al término de la presentación de un acuerdo con empresarios mexicanos y extranjeros, el licenciado Andrés Manuel López Obrador preguntó a los reporteros presente: “¿A poco la prensa no aplaude?”
No, la prensa no aplaude. O no solía aplaudir.
Una regla no escrita que, en las mañaneras, rompieron sedicentes reporteros mercenarios que aplauden y se ríen de las gracejadas y puntadas de Su Alteza Serenísima.
Aunque, hay que decirlo, Vicente Fox y Doña Martha contaban con su staff de prensa aplaudidora, reporteros que hasta Las Mañanitas cantaban al entonces Presidente en pleno vuelo del TP-01, e incluso aplaudieron y recibieron el ramo cuando fue el casorio de la pareja Fox-Sahagún.
Por eso, por eso, el licenciado presidente generaliza, insulta, descalifica y estigmatiza. Aunque, ¿a poco no?, entre periodistas cada quien sabe quién es y qué pecados a cometido.
Cada quien.
Como hoy el licenciado presidente cuyos fantasmas se le rebelan y le recuerdan que cada amanecer es el de un día menos en el poder.
Por eso, por eso…
Sin que nadie le preguntara, en la mañanera de inicio de semana trajo a colación el tema de la ministra presidenta que le recetó un mensaje firme, sin dobleces, recordándole que el Pode Judicial es uno Poder que no depende del Ejecutivo.
Y pretendió ser sincero más cayó en lo ramplón y se mostró dolido, amén de falto de respeto hacia la ministra Norma Lucía Piña Hernández.
“Ayer –dijo Su Alteza Serenísima– me dio mucho gusto porque se notó, yo creo que porque estaba cansada o no quiso pararse la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia, pero me dio mucho gusto, me dio muchísimo gusto porque eso no se veía antes, los ministros de la Corte eran empleados del presidente”.
Quiso sacar provecho del que, sin duda no fue desdén de la ministra presidenta quien no está acostumbrada a estos actos en los que el licenciado presidente es la big star.
“(…) ¿Cuándo se había visto que se quedara sentado el presidente de la Corte en un acto así? Eso me llena de orgullo porque significa que estamos llevando a cabo cambios, es una transformación, ya no es el presidente el que le da órdenes a ministros, y también es un desmentido cuando de manera exagerada se habla de una dictadura, de una tiranía”, presumió el Duce.
¿Qué le parece? Seguro y Chucho Ramírez, quien mediante un tuit había descalificado, sin citarla por su nombre y cargo, a la ministra presidenta, le recomendó curarse en salud y presumir que aunque el golpe fue duro y a la cabeza de su ego, no le dolió.
Pero, Andrés, Andrés, la pérdida del poder duele…
Y luego, para completar el cuadro le cobró la factura a Santiago Creel Miranda, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, cuyo discurso en la conmemoración de la promulgación de la Constitución Política le recetó varias recomendaciones, una de ellas fundamental, fincada en el diálogo.
–¿Cómo interpreta el llamado a la reconciliación de la oposición en medio de campañas de golpeteo político; o sea, la oposición llama a que debe de haber una reconciliación, pero hay campañas de golpeteo? ¿Qué les diría, en función del cambio que considera que debe de continuar en el país?—fue pregunta a modo a Su Alteza Serenísima.
–No, yo pienso que tiene que haber respeto, pero no somos iguales, hay quienes apoyaron y siguen apoyando un modelo que beneficia sólo a las minorías, por eso existe un bloque conservador que tiene su influencia, relativa, pero hacen valer sus derechos en el Congreso, y lo mismo en el Poder Judicial—respondió Andrés Manuel I de corridito.
Y hasta presumió:
“Sería muy fácil nombrar al presidente o la presidenta desde Palacio Nacional, como se hacía antes, de la Corte, sería fácil conseguir la aprobación de todas las iniciativas que enviara el Ejecutivo al Legislativo”.
Pero, cortó previsiones:
“A veces, cuando dicen: ‘Queremos diálogo’, nosotros decimos: No. No es que no respetemos y que en la democracia debe de haber pluralidad, es que el diálogo que ellos quieren busca prebendas, es regresar a los moches”, prejuzgó sin rubor.
Y ahí quedó el mensaje a Santiago Creel y para quien pretenda cita en Palacio para dialogar con el emperador, el oligarca que busca perpetuarse en el poder como neo caudillo que se espanta con el desdén y reacciona rencoroso. Anda dolido; cuidado. Digo.
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