Netza I. Albarrán Razo- Enviado especial
Ciudad del Vaticano, Mayo 7.- Desde hace siglos, el mundo entero dirige su atención a una pequeña chimenea en lo alto de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, cuando la Iglesia católica se enfrenta al momento crucial de elegir a un nuevo Sumo Pontífice. Es a través del humo, blanco o negro, que los cardenales reunidos en cónclave comunican al exterior si ya se ha alcanzado una decisión.
El humo negro anuncia que no ha habido consenso y que aún no se ha elegido Papa. El humo blanco, en cambio, significa que la votación ha culminado con éxito y que ya hay un nuevo líder de la Iglesia. Esta forma de comunicación ha permanecido vigente por más de un siglo, convirtiéndose en símbolo de uno de los procesos más herméticos y observados del mundo.
¿CÓMO SE PRODUCE EL HUMO?
Tradicionalmente, las papeletas de votación se queman en una estufa instalada dentro de la Capilla Sixtina. Para que el humo se vea claramente desde el exterior, se utiliza una mezcla química que varía según el mensaje que se quiera transmitir.
El humo negro se produce añadiendo a la quema de papeletas una mezcla de perclorato de potasio, antraceno y azufre. Esta combinación genera una densa humareda oscura que indica que ningún candidato ha obtenido los dos tercios de los votos necesarios.
El humo blanco, por su parte, se logra con una mezcla de lactosa, clorato de potasio y resina de pino, lo que produce una nube clara y visible que anuncia al mundo el nacimiento de un nuevo papado.
Desde el Cónclave de 2005, que eligió a Benedicto XVI, se utiliza un sistema doble de estufas para asegurar una mayor claridad en la señal. Una de las estufas quema las papeletas y la otra emite los productos químicos que tiñen el humo. Además, se hacen sonar las campanas de la Basílica de San Pedro como confirmación adicional de que se ha alcanzado una elección.
UN RITO CARGADO DE HISTORIA
El uso del humo como señal en los cónclaves se remonta a 1878, durante la elección del Papa León XIII. Antes de esa fecha, el proceso era todavía más hermético y sin señal alguna para los fieles que esperaban en la Plaza de San Pedro.
Los cónclaves pueden durar días o incluso semanas, dependiendo de la complejidad del consenso. Durante ese tiempo, los cardenales permanecen completamente aislados del mundo exterior, sin acceso a teléfonos, internet ni medios de comunicación. El término «cónclave» proviene del latín cum clave, que significa “con llave”, haciendo alusión a esta clausura.
Una de las escenas más esperadas ocurre cuando finalmente se eleva el humo blanco. En cuestión de minutos, miles de fieles y periodistas se congregan frente a la Basílica de San Pedro para escuchar las ya emblemáticas palabras “Habemus Papam”. Luego, el nuevo Papa aparece en el balcón central para impartir su primera bendición al mundo.