“…No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara…”.
Rut 1:20

Por: José Eduardo Cruz Carbajal


Iguala, Guerrero, Marzo 11.- La vida parece feliz, sin problemas, o por lo menos con problemas que se pueden solucionar hasta que un ser querido es raptado. ¡El mundo cambia en un abrir y cerrar de ojos! De un momento a otro un ser amado desaparece. Salió de casa jamás volvió, los días se vuelven semanas, las semanas meses, los meses se vuelven años. Su celular reporta su última hora de conexión, sin embargo, al intentar llamarlo, no hay respuesta, no hay llamada pidiendo rescate, llevar el caso ante las autoridades parece no tener sentido, ya que en una desaparición no hay certeza de donde comenzar la búsqueda.

La familia padece un sufrimiento psicológico interminable, se pregunta si su ser querido sufrió al ser raptado, en su corazón se gesta un enojo desbordante, se enojan contra las autoridades por su incompetencia para actuar en este tipo de casos, se enojan con ellos mismos, por no poder hacer algo que contribuya a que su ser querido vuelva a su lado, se enojan contra su ser querido por haberse ido sin avisar y someterlos a un sufrimiento sin sentido, empiezan a buscar el lado oscuro de su vida, se preguntan si el ser amado tenía una vida secreta, la cual ellos nunca descubrieron, y por supuesto hay un enojo con Dios, ya que para ellos, Dios, un ser Todopoderoso, no hace nada para cambiar el rumbo de su situación.

El corazón de los sobrevivientes camina herido, algunos enfocan toda su energía en la búsqueda, agotan todos los recursos a su alcance, otros deciden en plena conciencia no invertir energía en buscar a su ser amado, ya que comprenden que dar parte a las autoridades es lo mismo que estar sosteniendo un castillo en el aire. La incertidumbre con la que viven es espantosa: no saben si su ser querido está vivo, o está muerto.

No sé cómo, pero siguen viviendo, llevan su pena en secreto, quizá solo la comparten con unos cuantos, sonríen por fuera, sin embargo por dentro ellos se definen como “muertos en vida”, se reincorporan a sus actividades, les toma algún tiempo, pero le dicen “si” a la vida, creo que el motor que los sostiene es el amor y la compañía de los que permanecen con ellos en un proceso que inició, pero que nunca sabrán si tendrá el fin que ellos tanto anhelan: Tener de vuelta a su ser querido.

En situaciones de este tipo el único sostén que he encontrado es la inquebrantable fe de las víctimas de esta atrocidad, elevan oración a Dios pidiendo protección para su ser amado y fortaleza para ellos, esta gran fe les otorga una esperanza real, una esperanza que nadie les puede quitar, pero extrañamente esta esperanza viene acompañada de un dolor permanente y de muchas preguntas que posiblemente nunca tendrán una respuesta.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo y maestro en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

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