Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Marzo 11.- Quien haya asistido a una feria mexicana no ignorará lo fascinante que es presenciar a los oradores que ofertan los trastes. Asistir a tal exhibición me ha generado felicidades y asombros. Pienso que podríamos aplicar categorías psicológicas jungianas para analizar y explicar lo alucinante que es este bello culto de la mercadería mexicana que atrae por su secular liturgia.

La escena de enunciación es impecable. Lonas altas que nos recuerdan a los antiguos circos o tabernáculos hebreos, decenas de focos colgantes a la manera de candelabros, cajas de cartón que se disponen como retablos detrás del altar, pilas de platos y vajillas colocadas en armonía y orden meticuloso. Por supuesto, no puede faltar el patio de tierra donde se congregará el pueblo a la gran recitación del vendedor, como si fuese un ágora sagrada.

El primer acto ritual del vendedor es mostrar la ofrenda: los platos, las arroceras, las tazas, las paneras. Elevar el traste a lo alto es consagrarlo, prepara el desbroce casi espiritual de la venta, el traste se convierte en un símbolo: es el recipiente que recibirá el pan y el vino, el alimento sólido y el alimento líquido. Dice Jung que con la producción del pan y el vino el hombre ha asegurado su vida, detrás del pan y el vino aparece el cultivo del trigo y la uva como símbolo de la vida civilizada.

Segundos después de la consagración del traste nos es dado asistir a la plegaría de invocación: “Mire señora, qué chula taza para el chocolate, de las buenas y elegantes, deme 100, no, 100 es muy caro, mejor deme 50, y le pongo una, y otra, y otra, y otra, y otra”; la anaforización, es decir, la repetición de una misma palabra, es una de las facetas más vistosas de la ‘elocutio’ del vendedor que se compagina con la magia visual de guardar una docena de tazas en una pequeña bolsa de plástico. Tan simple y alucinante a la vez.

Vance Packard, en ‘Las formas ocultas de la propaganda,’ nos recuerda aquel estudio psicológico que se concentró en el simbolismo de hacer un pastel. Se descubrió que para ciertas mujeres una de las tareas más placenteras del trabajo doméstico era hacer un pastel, pues hornear un pastel es representar el nacimiento de un niño; por lo tanto, ofrendar un pastel para la familia representa simbólicamente presentar un nuevo bebé.

He pensado, no sé si con razón, que detrás de la compra de trastes aparece el simbolismo de presentar a los convidados el pan y el agua como un nuevo nacimiento de la vida humana. El orador de trastes, conocedor intuitivo de esta profundidad del alma, activa este simbolismo y ofrece sus artículos haciendo alusión a la cena de Navidad, las sopas (el caldo primigenio), la fruta, las verduras, el chocolate, el café, el agua elemental y el maíz. El vendedor de trastes es un habilísimo persuasor que manipula los símbolos más cercanos al corazón humano. Su profana misa es un maravilloso patrimonio cultural de los pueblos de México y un ejemplo singular de la persuasión.

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