Por: José Eduardo Cruz Carbajal


Iguala, Guerrero, Julio 1.- Permanecí en silencio sosteniendo tu cuerpo, ya te habías ido. Después de mucho tiempo volvía a enfrentarme a la muerte de alguien querido para mí, nuevamente experimente aquella horrible sensación que hace tiempo no sentía. Sentí que me arrebataron un pedazo de mi corazón. El personal médico entro en la habitación, me pidió que saliera, así lo hice, iban a amortajarte para posteriormente entregar tu cuerpo. Sentado en la sala de espera el llanto se apodero de mí, había llegado lo que tanto temía, el comienzo de mi vida sin ti.

¿Qué iba a ser de mí sin ti? ¡Ahora mi mejor amigo había muerto! ¿Por qué no me morí yo y no tú? ¿Quién me amará tal y como tú lo hiciste? El peso de la soledad empezaba a caer sobre mis hombros, me había quedado sin ti, sin mi amado, sin mi amigo, sin mi compañero, sin la persona que lucho para que yo no fuera un muerto en vida. Una parte de mi se ha ido contigo, ¡Hubiera dado todo por nunca soltarme de tu mano!

Tus servicios funerarios y tu entierro fueron tal y como tú los dispusiste, nada estuvo de más, nada estuvo de menos. Tal como pensé que sería. Estaba invadido por la tristeza y la soledad, pero al mismo tiempo sentía una paz indescriptible, algo que en mi humanidad no puedo entender, la única respuesta que encuentro es esta: Dios. ¡Honestamente me quería morir! ¡Quería irme contigo! Deseaba la muerte, no quería vivir, pero estaba más vivo que nunca, sintiendo el dolor de tu ausencia, enfrentándome a la realidad de nunca más volver a verte.

Tu sepultura fue el momento más duro para mí, nuevamente esa sensación en mi corazón, me habían arrancado un pedazo de mis entrañas y no pude hacer nada para impedirlo, ver descender tu féretro a la tierra, ver como lo cubrían con tierra y ponían una placa para cerrar la tumba fue algo devastador. Estaba viendo a la muerte de frente, estaba viendo como pasaba delante de mí y ejercía su horrible poder. Morir es parte de la vida, una cosa es saberlo, otra muy distinta es enfrentar la muerte, ¿No podía haber ocurrido en otro momento? ¿En otra manera? Respuesta que seguramente permanecerán ocultas a mi entendimiento.

Todos abandonaron el cementerio, me quede solo frente a tu sepultura, no quería separarme de ti, comprendía que tu alma y tu espíritu ya estaban en presencia de Dios, pero quería permanecer un poco más de tiempo junto a ti, honrándote, y honrando el lugar en el que tu cuerpo reposaría hasta la resurrección de los muertos que mueren en el cuidado de Cristo. Por fe sé dónde estás, pero también en mis sentidos naturales sé dónde no estás, me arrodille frente al sepulcro y llore, sentía mi alma desgarrada, sentía que mi interior comenzaba a romperse. Sentía tristeza y al mismo tiempo enojo. Empezaba a comprender lo que realmente importaba en la vida, y a un precio muy caro, un precio que jamás pensé que tendría que pagar…

Referencias:

Silvera, A. (2017). Al final mueren los dos. México: Ediciones Urano.

*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo y maestro en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com

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