Una vuelta al solar nativo
Por: José Rodríguez Salgado
Me uno al duelo por el deceso del poeta guerrerense Manuel S. Leyva Martínez.
Para recuperarme de una transitoria crisis de salud enfilé hace días a Teloloapan, Gro., mi solar nativo. Cada vez que se quebranta, corro a mi pueblo en donde por arte de magia encuentro paz y contento. Quienes conocen y visitan de cuando en cuando esa tierra bendita, alaban su localización geográfica y su inigualable clima. De nueva cuenta presento mis saludos en estas sencillas palabras a sus moradores sin distinción y particularmente a mis amigos, que por cierto, quedan muy pocos. A ellos tributo serenos gestos de fidelidad y amistoso reconocimiento. Pertenezco a una generación que nunca se ha sentido lejos del terruño en donde he pasado los mejores años de mi vida. Guardo por tanto admiración a su paisaje físico y humano. Ahí aprendí a conocer usos y costumbres; amores y desencantos; saberes y experiencias; cultura y conocimiento; historia y trascendencia…
En el espacio llano de la contienda me acompaña con lúcida emoción su limpio cielo, benéfico ambiente, enhiestos lomeríos, monumentales rocas que reafirman la condición de saberme fruto de esas tierras ubérrimas del norte de Guerrero. En verdad tengo presente en toda hora su imagen risueña, giros dialectales, acervo lingüístico, tonalidades y cantos; la silueta de sus mujeres, el recuerdo de su sonrisa y la voz paternal de los mayores. Pensar en mi pueblo es remitirme a buenos momentos de la infancia, pubertad y adolescencia, avances y limitaciones, pequeños y grandes triunfos… hacerlo con regularidad alimenta mi espíritu y fortalece al corazón.
En ese ritmo hay coincidencia con los paisanos presentes y ausentes. La sola evocación provoca entusiasmos inéditos. Los teloloapenses vivimos en una, todas las vidas pasadas, derruimos en la advocación las existencias hoscas y encontramos en el recuerdo francas sonrisas. Bajo esa sombra augusta, localizamos el encanto y nos reencontramos y revitalizamos al oír la voz metálica de su legendaria Tecampana, roca que acompañó la confidencia a la mujer amada de la adolescencia. En ello está presente también la franqueza de sus pobladores, la energía e ímpetu de sus maestros, el limpio vigor de jóvenes y adultos que nos dispensaron siempre buen trato con sencillez y respeto.
Tuve ocasión en este viaje de reanimar reminiscencias cercanas y lejanas; barrios y colonias; modos colectivos de conducta; fiestas, desfiles y procesiones; sus santos patrones de Mexicapan, La Asunción o La Guadalupana de El Calvario, barrio en que crecí y deambulé con independiente comportamiento. Qué decir del recuerdo de la fecha de los fieles difuntos que contribuyeron a mi crecimiento físico y espiritual. Percibir el olor de “la cera”, las calaveritas de azúcar, las “cajitas” de harina de arroz, el mole, el atole, “la fruta de horno”, las torrejas y demás postres, los arreglos de las ofrendas que visitarán nuestros muertos en acatamiento a prácticas ancestrales, ahí donde el alma reafirma sitio y destino. Por donde quiera que se mire o recorra, se reviven las cualidades morales de una raza originaria, vieja, sabia, buena y valiente. Lealtad chontal, amistad que es a la vez fuerza y ternura.
Cuando nos reunimos los oriundos de la región comentamos incesantemente el caleidoscopio social de sus danzas tradicionales, leyendas, anhelos renovados de vivo colorido; hablamos del pueblo sin parar, por que la ausencia nos es presente a toda hora. Quien visita por primera vez esta localidad, se convence que vale la pena el viaje. No olvidará sus rocas y cavernas, cumbres y cantiles eslabonados junto a los manantiales de Chapa y Los Sabinos o la tierra aromada de Oxtotitlán que se advierte desde La ex Hacienda de Tlajocotla, en donde dejó impregnado su nombre, mi abuelo materno Don Florencio M Salgado, de feliz memoria.
Ciertamente el tiempo pasa y deja su huella. Los que tuvimos el privilegio de haber nacido en esa amada cuna, somos adictos a la remembranza, orgullosos de su acervo histórico, defensor a ultranza del liberalismo mexicano de Benito Juárez y los Hombres de La Reforma. No por respirar otros aires o pisar otros lares perdemos el arraigo. Eso explica que la evocación sea tan intensa. Una poderosa memoria, una mocedad perpetua que se impregna indeleble en las retinas del alma. Por eso cada vez que puedo vuelvo al pueblo a vivir su alegría sin rencores, amando con ímpetu y enriquecedora introspección, con el propósito de disfrutar el techo acogedor de la nostalgia con el fuego del amor y gratitud en fuerza indestructible. Abril 4 de 2024