Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Enero 14.- La crisis de una época puede medirse por sus “héroes” u “hombres representativos”. El censo es fácil de enunciar: nombres de influencers, tiktokers, youtubers, ideólogos “woke”, cantantes que hacen de la música un canto fúnebre de la vida y retratan un mundo incapaz de belleza y amor, son los nuevos ídolos del panteón posmoderno.

En la ‘influencercracia’, para utilizar un término llamativo, el sistema ético se fundamenta en destruir el pasado (sus valores, su cultura, su estética, su literatura, su filosofía, su religión) para dar lugar al Nuevo Hombre: un ser que ha disuelto su sustancia en los accidentes: si tiene muchos seguidores (cantidad), si tiene tal color de piel (cualidad), si está en tal ciudad (lugar), si está cantando (acción), si piensa de tal o cual manera. Es tal la confusión y el ruido caótico, que cualquier idea estrafalaria sobre el hombre satisface dulcemente la sed, pero es un veneno mortal como el de aquellos náufragos que beben agua de mar para no morir deshidratados; ciertamente es confortante al principio, pero implacable al final.

Cada día parece que es imposible distinguir entre la verdad y la falsedad, entre lo bello y lo feo, entre lo justo y lo injusto, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo profano y lo religioso; al perder la brújula de lo que es el hombre hemos perdido el horizonte de la Divina Significación de la Vida. Los casi cien homicidios diarios en las calles mexicanas, la vulnerable vida cotidiana ante el crimen organizado en muchos estados del país, el enfriamiento de la bondad y la compasión, son los oscuros frutos (creo) de que algo en la raíz humana desde hace mucho está descompuesto.

El lector atento habrá advertido que decir “héroes” y “hombres representativos” es invocar sutilmente dos nombres: Thomas Carlyle y Emerson. Estos días he abierto sus páginas con cierta urgente nostalgia. Es la nostalgia de alguien que anhela el arquetipo de héroe que ha forjado nuestra historia, nuestro derecho, nuestra ética, nuestra ciencia, nuestro arte, nuestra arquitectura, nuestras universidades; dice Emerson que el mundo se sostiene por la veracidad de los justos, pues son ellos los que hacen saludable la tierra, pero el héroe de hoy ya no necesita “hablar la verdad”, su lema es “No hay verdad” (habría que preguntarle si cree que eso es verdad), y después de esa pronunciación se inaugura un camino tenebroso y de desasosiego para todo aquel que fatigue esas sendas.

La ‘influencercracia’ es histórica. Aparece en todas las épocas, dieron la guirnalda de la libertad y el cetro de la justicia a Barrabás en lugar de Cristo. Cada pueblo o nación se ha distinguido por forjar y elegir a sus héroes, ojalá no se yerre en su búsqueda y elección.