Nepotismo

Por: José I. Delgado Bahena


A ver, pues, a pesar de que no me gusta involucrarme en temas políticos, o de la política, porque no me considero experto en el tema, trataré de analizar la propuesta que está en el debate nacional por la iniciativa que hizo la presidenta de México al congreso.


Mire, de lo que se habla es del nepotismo electoral. Es decir, que los cargos no se hereden a familiares, como ha ocurrido a lo largo de muchos años y en distintos periodos de la vida pública de México.

Pero, mire, así como es de analizarse la obligación de que por género se vayan alternando las candidaturas en los partidos políticos, también creo que es de discutirse esta determinación.


Le diré: si yo fuera, digamos, presidente municipal o gobernador, en los primeros en los que pensaría para ocupar determinados cargos, sería en mis hermanos y en mis amigos. ¿Por qué? Simplemente porque los conozco y sé que me serían leales, para no defraudar al pueblo que, con su voto, confió en mí.


Claro, ya sé: si llegara a uno de esos cargos públicos, sería porque participé en algún proceso partidista, en algún grupo político, en el que se contraen compromisos con algunas personas que te apoyan y, pues, claro que estarían esperando la correspondencia por ese apoyo. Sin embargo, insisto: en puestos claves, sobre todo donde se manejaran los recursos económicos, pondría a mis hermanos. Tal vez no todos confíen en su familia, pero yo sí. Ojalá que usted, que está leyendo, también.

Bueno, ahora no hablamos de nepotismo administrativo, sino electoral, con lo que se pretende que, por ejemplo, en Guerrero, la gobernadora no le deje el cargo a su papá, el famoso toro, y creo que el mayor objetivo que se busca con esta ley es que no se encubran malos manejos de los recursos por parte de los gobernantes salientes.

En este caso, tengo otro ejemplo. Recuerdo que, en el periodo de José Luis Abarca, como presidente de Iguala, se le consideraba a este como un excelente gobernante, por el gran trabajo que se veía durante su administración. Inclusive, la voz del pueblo comentaba que, si su esposa, Ángeles Pineda, se lanzaba como candidata, ganaría, sin duda. Además, a Abarca se le veía ya como diputado.


Lamentablemente, en estos temas hay más ejemplos negativos que positivos, y en muchos casos se ha sabido que se han heredado los cargos junto con los vicios y los malos manejos de los recursos.


En lo que sí estoy de acuerdo, es en la prohibición de reelegirse. Con frecuencia vemos a gobernantes que solo dejan pasar un trienio y vuelven a ser candidatos. Hasta nos preguntamos: ¿qué no hay más?

Ahora bien, si hacemos a un lado la cuestión política y nos atenemos a la parte social del ser humano, en la que tenemos que considerar hasta qué punto somos vulnerables, que, incluso, llegamos a creer, como el león, que todos son de la misma condición o, como luego dicen: piensa mal y acertarás, creyendo que todos se miden por la ambición y no por el interés de servir; así como el dejarse llevar por la vanidad que te deslumbra cuando accedes a un coto de poder, donde te sientes superior a todos y dueño de sus destinos y de sus vidas; entonces sí, hay que ser precavidos.


Y creo que ese es el meollo del asunto. Porque si en nuestras mentes no tuviéramos el deseo de aprovecharnos del cargo para cualquiera de las dos cosas: robar y abusar del poder, entonces, por qué tendríamos que estar haciendo leyes que no permitan que involucremos a familiares en los cargos públicos, o que les heredemos la responsabilidad.


¿Es que no podemos meter las manos al fuego por todos, ni por nuestros amigos, nuestros padres o hermanos? Tal vez la respuesta sea categórica, y es NO. Pero yo sí.

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