Por: Netza Albarrán Razo
En su sexto y último informe de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo una declaración que dejó a muchos perplejos: afirmó que el sistema de salud de México es mejor que el de Dinamarca. Esta afirmación no solo contradice la realidad palpable que millones de mexicanos enfrentan día a día, sino que también exhibe, por milésima ocasión, la preocupante desconexión entre la narrativa presidencial y las condiciones reales de los servicios de salud en el país.
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Desde el inicio de su administración, López Obrador prometió que el sistema de salud mexicano sería comparable, e incluso superior, al de los países más avanzados en este rubro. Dinamarca, con su modelo de bienestar social y uno de los sistemas de salud más eficientes y accesibles del mundo, fue la vara con la que el presidente decidió medir su ambiciosa promesa. Sin embargo, la realidad ha sido otra. En lugar de mejoras sustanciales, el sistema de salud ha seguido enfrentando los mismos problemas estructurales de antaño: falta de medicamentos, instalaciones deterioradas, y un servicio insuficiente para cubrir las necesidades de la población.
Las lluvias recientes han sacado a la luz la vulnerabilidad de los hospitales públicos. Videos que circulan en redes sociales muestran pasillos inundados, techos colapsados y equipos médicos dañados, todo resultado de la falta de mantenimiento. ¿Cómo puede considerarse un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca” cuando ni siquiera puede garantizar que sus instalaciones resistan las lluvias estacionales? Las imágenes hablan por sí solas y son un duro contraste con las palabras optimistas del presidente.
Además, las carencias en el suministro de medicamentos continúan siendo una constante. Muchos pacientes siguen enfrentando largas esperas para recibir los tratamientos que necesitan, mientras que otros simplemente no tienen acceso a los medicamentos que, en teoría, deberían ser gratuitos. Esta falta de acceso a insumos básicos pone en tela de juicio la afirmación de que el IMSS Bienestar, en 23 estados, es «el más eficaz del mundo». La realidad es que, lejos de ser una referencia mundial, el sistema de salud mexicano sigue rezagado en comparación con muchos otros países.
Es cierto que comparar el sistema de salud de México con el de Dinamarca es injusto en muchos aspectos, dado que ambos países tienen contextos económicos, sociales y políticos muy distintos. Sin embargo, el presidente mismo fue quien decidió utilizar esta comparación como un parámetro de éxito. Ayer, en su último informe, al afirmar que el sistema de salud mexicano no solo alcanzó sino superó al danés, López Obrador se adentró nuevamente en el terreno de la fantasía, ignorando la realidad que millones de mexicanos enfrentan diariamente.
En un país donde las brechas de desigualdad aún son profundas, la salud pública debería ser un pilar fundamental para garantizar el bienestar de la población. Sin embargo, las declaraciones grandilocuentes del presidente contrastan con la experiencia cotidiana de quienes dependen del sistema público de salud. Las promesas incumplidas y la negación de los problemas solo agravan una situación ya de por sí crítica.
Es preocupante que en el ocaso de su administración, López Obrador elija cerrar los ojos ante la realidad y presentar una versión idealizada de su gestión. El sistema de salud en México tiene muchos desafíos por delante, y es necesario que la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum los enfrente con seriedad, dejando de lado las comparaciones ilusorias y trabajando en soluciones reales y tangibles para todos los mexicanos. La salud no puede ser un juego de palabras ni un espejismo; debe ser una prioridad ineludible.