Por: Carlos Martínez Loza


Ciudad de México, Octubre 15.- Hace unas tardes escuché decir al filósofo Carlos Pereda que hay una forma de argumentar que es una ‘patología del juicio’. Esa patología se manifiesta como una «violencia interna» en la argumentación; una violencia no física sino sutil, soterrada, disfrazada en el lenguaje que hiere y que se vale de la falsificación (así como se falsifican pinturas o muebles antiguos) para violentar los convencimientos de los alocutarios.

En las primeras páginas de Vértigos argumentales. Una ética de la disputa (1994), Carlos Pereda escribe en el estilo de un mandamiento: “Evita los vértigos argumentales”. Pero, ¿qué es un vértigo argumental y por qué deberíamos evitarlos en los debates? Para el filósofo uruguayo un vértigo argumental es un vicio epistémico y un proceso de violencia interna en el que se sucumbe cuando “quien argumenta constantemente prolonga, confirma e inmuniza al punto de vista ya adoptado en la discusión, sin preocuparse de las posibles opciones a ese punto de vista y hasta prohibiéndolos, y todo ello de manera, en general, no intencional.”

‘Prolongar’, ‘confirmar’ e ‘inmunizar’ son verbos que se corresponden con un dispositivo de repetición en la práctica de argumentar del que nadie está exento.

Un punto de vista se ‘prolonga’ en una discusión cuando se direcciona en una única vía, sin atender argumentos alternativos e ignorando rutas alternas.

Un punto de vista se ‘confirma’ cuando se reafirma la dirección tomada sin admitir un serio cuestionamiento, como cuando alguien utiliza expresiones del tipo “esto es así porque es mi verdad y en lo que siempre he creído, no hay metafísica o razonamiento alguno que me pueda desconvencer”.

Un punto de vista se ‘inmuniza’ cuando se crea una barrera infranqueable contra los argumentos contrarios a la postura que se defiende; como cuando los astrónomos de la época de Galileo se negaban a que la luna fuese una esfera imperfecta con cráteres y montañas, tal como lo había mostrado Galileo con su telescopio, a lo que oponían que existía una sustancia cristalina que rellenaba los huecos de la luna para ser una esfera perfecta. Habían inmunizado a la luna con un argumento ad ignorantiam.

Evitar los vértigos argumentales, como quiere Carlos Pereda, no solo es un deber para mejorar el objetivo de nuestras argumentaciones (buscar la verdad, lo racional, lo justo, lo ético) sino que es también un precepto que nos coloca en los atrios del pensamiento crítico como un modo de ser y estar en el mundo.

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