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Ciudad de México. El problema de la violencia y la impunidad en México no tiene como únicos responsables a las autoridades del sistema de justicia; las familias también han contribuido a generar conductas agresivas sin consecuencia en aquellos seres que al crecer se convierten en ciudadanos, gobernantes, madres, padres e incluso, en delincuentes.
Enfocarse sólo en satisfacer las necesidades materiales de los niños, niñas, descuidar su salud emocional y nunca marcar límites en paralelo a las libertades y derechos que poseen, igualmente contribuyen a socavar la convivencia entre los seres humanos.
Las dos premisas forman parte del diagnóstico recogido por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM); La Provincia Meixicana de la Compañía de Jesús y la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México durante los conversatorios por la paz y foros de seguridad y justicia realizados en todo el país en los últimos 15 meses, a partir del asesinato de los sacerdotes jesuitas, Javier Campos y Joaquín Mora el 20 de junio del 2022, al interior de un templo en la Sierra Tarahumara.
«Lo que yo veo que están diciendo en los foros es el gran tema de la familia. Dicen: es que no aprendimos a ser papás. Yo creo que están mostrando una necesidad de saber cómo ser papá, cómo ser mamá y cómo ser mamá soltera o papá soltero; dicen: nos faltó experiencia de familia y ahora no sabemos cómo educar. En un foro en prisión, uno de los participantes dijo: es que aprendimos a resolver las cosas con violencia desde pequeños y eso nos llevó a este modo de actuar» refirió a Grupo Imagen Multimedia (GIMM) el padre Jorge Atilano González Candia, coordinador Ejecutivo del Diálogo Nacional por la Paz.
El no tener acceso a una consulta psicológica se enmarca también como detonante de violencia al interior de ciertas familias; lo mismo el no escuchar las voces de los jóvenes, las vivencias de los policías, nuestros vecinos, entender el dolor de las madres buscadoras y el llamado de las instituciones a ser corresponsables, agregó Atilano González.
El Diálogo Nacional por la Paz surgió inmediatamente después de los asesinatos de los sacerdotes jesuitas en Cerocahui como ejemplo de resiliencia para las miles de víctimas del delito en México y también como una respuesta colectiva en contra de la inseguridad en ciertos territorios del país.
En México, hay buenas prácticas en seguridad y paz pero no se conocen ni se habla de ellas
En la plática con Grupo Imagen, el jesuita lamentó que las buenas prácticas en materia de construcción de paz y reducción de la violencia que han dado resultados en el país no se conozcan y sean opacadas, casi siempre, por las imágenes de violencia de todos los días.
«Las imágenes de violencia generan audiencia pero no participación ni organización comunitaria» y lo que se necesita en el camino para construir la paz y recomponer el tejido social es justamente la colaboración entre la ciudadanía y el gobierno, no desanimar la participación» apuntó como parte de lo recopilado en los foros.
«Si hablamos de lo mal que estamos generamos indiferencia y desmovilizamos a la gente; lo que necesitamos es hablar de lo positivo que hay en el país» alertó el experto.
Por ejemplo, dijo que es sabido que Tijuana es una de las ciudades más violentas en el mundo y muy cerca de ahí, pocos saben que Rosarito es un ejemplo en donde las buenas prácticas que realiza la seguridad municipal junto con ciudadanía, han logrado bajar la inseguridad.
Algo parecido ocurre en Tampico, Tamaulipas que «es un ejemplo que se va a compartir como buena práctica de la mesa de seguridad que tiene esa región» pues se han logrado reducir las conductas antisociales en los planteles educativos vía círculos restaurativos que mejoran la convivencia escolar a partir del diálogo, el encuentro y la resolución de conflictos.
El padre admitió estar «sorprendido» de la gran riqueza que existe en el país en cuanto a ciudadanía y gobiernos para resolver problemas «pero poco se socializa».