Por: Carlos Martínez Loza
Ciudad de México, Junio 18.- Luis Recasens Siches, el filósofo del derecho, gustaba decir que si no tomaba café en las mañanas no comenzaba a ser persona. Desde Aristóteles sabemos que la naturaleza es el principio de operaciones, pero pareciera que para Recasens el tomar café es el principio de operaciones y no la naturaleza humana. Es decir, invierte el lugar de la sustancia y la operación para decir con humor e ingenio que del acto segundo, tomar café, se origina un acto primero, ser persona.
Con metafísica elemental (parte de la filosofía que trata del ser y sus principios) Luis Recasens celebra la experiencia de ensayar esa bebida oleosa y oscura que según Shcabeddin, autor árabe del siglo XV, fue un jurisconsulto musulmán de Adén el primero que tomó café en la historia, a principios del siglo IX de la Hégira (la migración de Mahoma a la ciudad de Medina en el año 622).
Es fama que fueron los discípulos de Mahoma los primeros en el mundo en tomar café, en algún momento del siglo XV después de Cristo. Esto explica que hacia el siglo XVII el café solo se conociera de nombre en Europa. De Oriente pasó a Occidente con prontitud por medio de viajeros cuyos nombres conocemos: Pedro de la Valle lo transportó a Italia en 1615, la Roque a Marsella en 1644 y Thevenot a París en 1647, según nos dice Clementina Díaz y de Ovando en un hermoso texto editado por la UNAM: “Los cafés en México en el siglo XIX”.
Para los gustadores mexicanos del café gravita una pregunta que es ya existencialmente impostergable: ¿Cuál fue el primer establecimiento de café en México? Salvador Novo, gran conocedor de la historia gastronómica de México, afirma que fue el café de Manrique, ubicado en lo que hoy es la esquina de Tacuba y Monte de Piedad, en aquel siglo XVIII del aún reino de la Nueva España. Café frecuentado por Miguel Hidalgo y Costilla, quizá para planear la conspiración política que llevaría a la Independencia de México algunos años después.
Vuelvo a la máxima metafísica sobre el café de Luis Recasens. Es extremadamente ingeniosa. Pienso que bien pudo destilarla cartesianamente: “Café, luego existo.”