Sector 7

Sep 23, 2023

Psicosis

Por: José I. Delgado Bahena

“No cabe la menor duda: a través del tiempo, de la historia, la humanidad siempre ha estado ciega; si no fuera así, ¿cómo se entiende la época del oscurantismo?, o la más reciente: la Segunda Guerra Mundial, del siglo pasado… Y todavía peor: como individuos también vivimos nuestra propia ceguera. Mas, todavía hay tiempo. Hay que despertar y dejar atrás las ataduras; abramos los ojos a la naturaleza, a nuestra Madre Tierra. Cada día que nos levantemos, admirémonos de ver el sol, el cielo, las flores, los animales… y admiremos nuestro cuerpo. Despertemos de tantos engaños y mentiras.”
El párrafo anterior, es un texto que mi amiga María de Jesús Márquez, profesora y poeta nayarita, me compartió de su inspiración como una reflexión que le motivó la lectura del libro Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
En esta obra, en su edición de Alfaguara, el editor nos ofrece una descripción, en la cuarta de forros, que dice: “Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una ceguera blanca que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena, y perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Ensayo sobre la ceguera, es la ficción de un autor que nos alerta sobre la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron. José Saramago traza en este libro una imagen aterradora y conmovedora de los tiempos que estamos viviendo. En un mundo así, ¿habrá alguna esperanza? Es un punto donde se cruzan literatura y sabiduría. José Saramago nos obliga a parar, cerrar los ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad”.
Quise compartirles estos textos, antes de abordar directamente el tema que alude el título de mi columna, porque recientemente vivimos, en mi pueblo, El Tomatal, un experiencia colectiva que nos mostró lo vulnerables que somos como sociedad, la sensibilidad que aún traemos embarrada en nuestro organismo, como humanos que somos y, sobre todo, el miedo que hemos desarrollado por las circunstancias de nuestro tiempo donde las palabras “violencia”, “agresión”, “delincuencia” y “muerte” nos son más comunes que las que más deberían importarnos, como “amor”, “respeto” y “solidaridad”.
Nadie puede ocultar los hechos que en cualquier lugar del país nos tienen con los ojos alertas y el corazón en un hilo, y nos llevan a pensar que en cualquier momento y, tal vez, en el lugar en el que estemos, se desencadene un enfrentamiento armado, ya sea entre los grupos delictivos o con el gobierno, y tengamos que pagar las consecuencias de estar en el sitio equivocado.
Aunque, de pronto, tengamos que reconocer que poco a poco estos acontecimientos los vamos viendo tan “normales”, por la cotidianidad en la que ocurren, que, una de dos: o vamos preparados para correr y escondernos, o simplemente cerramos los ojos, como para negar que eso esté ocurriendo en nuestra comunidad.
Bueno, le comento que el pasado dieciséis de septiembre, cuando en mi pueblo llevábamos a cabo el tradicional paseo de la reina, la princesa y la duquesa de las fiestas patrias, acompañados de la típica tortuga, elaborada con carrizo y cartón, de pronto, la gente comenzó a correr, varias de estas personas gritaban que habían disparado balazos e, inclusive, no faltó quién dijera que habían matado a un individuo metros atrás. Por esto mismo, la algarabía se disipó, tomó su lugar el temor y la desconfianza, y la mayoría de los pobladores, que formábamos el contingente del paseo, decidimos refugiarnos en nuestros domicilios. A la fecha, aún no se confirma si realmente fueron balazos los que escuchamos, o simplemente los niños rompieron unos globos de los que llevaban en el ornato de los carros alegóricos.
Finalmente, lo que quiero destacar en este texto, es que algo tenemos que hacer algo para ir cambiando esta situación. La principal labor tendrá que ejecutarse en casa. Tenemos que buscar las mejores formas para hacer atractivo nuestro hogar para los hijos, para que, cuando anden en la calle, extrañen lo cálido de la familia, donde impere el respeto, la comunicación, la convivencia, el amor.
No olvidemos que nuestro exterior proyecta lo que originamos internamente; como dijo Saramago: “Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”.

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