Leer y educar
Por: José I. Delgado Bahena
Ahora que me han estado invitando en diversas instituciones educativas, desde primarias hasta del nivel superior, para que desarrolle alguna actividad en la que se tenga el principal propósito de fomentar el gusto por la lectura entre los alumnos, me he atrevido a expresar mis puntos de vista acerca de la lectura, la cultura, y el compromiso de los maestros por apropiarse de más elementos que les permitan enfrentar las necesidades de los alumnos.
Con frecuencias escuchamos a los muchachos, en relación a las clases, los maestros y las materias, que son aburridas, que no les gustan, que los maestros no saben nada de lo que enseñan, etc.
La verdad, mucho de eso es cierto, principalmente por la falta de profesionalismo de los maestros para hacerse de las herramientas que les permitan abordar los temas con diferentes estrategias para hacer atractivo el proceso de la educación; pero, además, porque no les gusta leer.
Entonces, antes que todo debemos reconocer que no solo los maestras y los maestros deben apropiarse y tener claro el concepto de cultura; de igual manera, los padres, el gobierno y, por supuesto, los maestros, deben valorar los elementos culturales que existen en cada región o entorno donde el niño convive con los demás. El lenguaje, hablado o escrito, las costumbres, las tradiciones, las artes, las artesanías y la historia, forman el conjunto de lo que conocemos como cultura. Es importante que se reconozcan para que en la escuela, y en ningún otro espacio donde los niños se muevan, no se dé alguna forma de discriminación, ya sea por su forma de hablar, por su dialecto, por su vestimenta o por su origen. Los maestros deben estar siempre dispuestos a aceptar y dar un trato democrático a todos los niños.
Por lo tanto, la escuela debe ser coadyuvante y mediadora para que los niños se apropien de los conocimientos considerando el medio en el que se desenvuelven. El entorno del niño siempre será de mayor interés al situar las estrategias de aprendizaje que elaboren y planeen para desarrollar en el aula. Así mismo, deben proveer de nuevas y diferentes alternativas de prácticas de lectura que favorezcan la adquisición de valores para una mejor convivencia con sus familiares y vecinos. Desde luego, los textos que lean deben responder a sus intereses y necesidades.
Pero no podemos aislar a un grupo de alumnos de los problemas sociales en los que ellos conviven.
Los niños y jóvenes crecen en la calle, alejados de los padres, al cobijo de los amigos, y si están encerrados en casa, sobreviven atrapados en las redes sociales y juegos del celular o el Internet.
Pero, ¿qué hace falta?, seguramente se preguntará.
Hacen falta casas de cultura en las diferentes colonias y comunidades. En ellas se deberían impartir talleres de artes, de idiomas; cursos sobre el manejo de las computadores y creación de programas, etc.
También la escuela debería abrir espacios donde atendieran los intereses de los niños y les despertaran vocaciones, ya sea hacia las artes o algún oficio.
Hacerles sentir que pueden ser útiles a la sociedad y que hay actividades más trascendentales que estar en el celular.
Entonces, ¿qué retos se visualizan en la formación de lectores y escritores en la actualidad?
Sin tratar de molestar a nadie: se debe hacer que los padres y maestros lean, para que acompañen y, por medio del ejemplo, convenzan a los niños de que leer trae grandes beneficios y produce placer. En la medida en que los maestros y los padres muestren entusiasmo por la lectura, tendrán credibilidad para fomentarla en sus alumnos. Ese es el gran reto. Desafortunadamente, los maestros han caído en las redes del celular, y los padres, con tal de que sus hijos estén tranquilos les ponen videos y los dejan usarlo sin restricciones de ningún tipo.
Por último: como escritor lo digo, me llaman mucho la atención los textos que contienen temas cercanos a mis intereses y me doy cuenta de que las historias que aluden a contextos donde los personajes son espejos de las conductas de los lectores, son los que más gustan. Es importante, entonces, que al iniciar a los niños en la práctica de la lectura y la escritura, adviertan que responden a las necesidades de la vida misma y por lo tanto son de grandes beneficios.
Cierro estos comentarios insistiendo: si los adultos no leemos con los niños, ellos no aceptarán que deben hacerlo.
