-Mis venturosos y felices 84

Por: Rafael Domínguez Rueda

Diosito bueno me dio, entre otras muchas gracias y bendiciones, el haber llegado al piso 84 en este mundo que rasca al Cielo, pero rasca no de frío ni de borrachera, sino de escalar. El domingo pasado desperté a la vida como si la noche del día anterior hubiese sido abstemio y parco en el beber y comer. Sí lo fui desde luego. Quizá por eso almorcé y comí como pelón de hospicio y bebí como cosaco que nunca se emborracha.
Así, antes de que el sol asomara sus rayos por las montañas del Oriente ya estaba yo tomando mi taza de café con un pan de Chilapa, cuando sonó el teléfono. Era una llamada para felicitarme por el cumpleaños. Debo comentar que, desde el viernes que el amigo Darío Román anunció y me felicitó por Facebook, los parabienes se multiplicaron viernes, sábado y domingo. Pues bien, esa primera llamada fue de un compañero de juventud que, entre otras cosas, me dijo: “Rafa ¿no se siente feo llegar a los 84?”. A lo que le contesté: “Más feo se ha de sentir no llegar”.
Sinceramente, la profunda y real verdad es que yo no siento feo al cumplir los 84. Al contrario, me siento lleno de vida, lleno de alegría, lleno de entusiasmo, gozoso de llegar a ellos rodeado del amor de mi esposa, del cariño de mis hijos y mis nietas, del afecto de mis primos, de la estimación de los amigos, rodeado de la generosidad de mis contados lectores y dando infinitas gracias a Dios por los dones de la vida, de la salud, del amor y de la felicidad.
No me puedo quejar, tengo casa, salud, vestido y sustento; también tengo prisa por no dejar inconclusos mis proyectos y aunque no me faltan los achaques propios de la edad, me siento el hombre más afortunado, el más rico del mundo, aunque a veces no traigo un peso en la bolsa.
Uno se traza el camino, pero a veces. Dios por medio de alguien que te valora, te lleva por el correcto. Yo había jurado no ser burócrata por la pésima imagen que tienen los políticos y los empleados, pero mi maestro de Contabilidad me hizo ver que, precisamente por dejar en manos de mediocres la administración pública, México está por los suelos. De ahí que me siento orgulloso de haber cumplido 61 años laborando en los tres niveles de gobierno y camino con las manos limpias y la frente en alto. Pero, no por eso he dejado de cultivar mis hobbies, como: la escritura y la cultura, manifestaciones que en mi vida han tenido importancia pues son arte y belleza.
Siempre he pensado que un objeto bello es un gozo para toda la vida, aún y cuando ese objeto sea algo modesto, como una cajita de Olinalá, un jarro de Changata o una pintura en corteza de amate de Maxela o Xalitla. En su sencillez esos objetos de belleza son grandes. Y desde niño aprendí a sentir que eran algo que formaba parte importante de la vida. Desde entonces aprendí a amar al campo, amar lo bello y amar la belleza, junto con la verdad, la justicia y la libertad. Alguien me dijo que la belleza no sirve para nada, porque es subjetiva, pasajera y efímera; sin embargo, para mí lo es todo, porque sin ella no podría vivir. Aún me extasío ante el verde oro de los ojos de mi esposa, no me canso de admirar la tersura de los pétalos de una rosa y admiro la realeza de un cuadro pictórico que fue pintado en 1519, como el de la Mona Lisa. Así es que yo he vivido rodeado de amor y de belleza.
Desde mi infancia conocí la belleza en los cuadros que pintaba mi madre; en mi adolescencia me saturé con la belleza del campo; en mi juventud me extasié ante las bellezas arquitectónicas, pictóricas y marmóreas del Viejo Mundo, que atraen a millones de viajeros de todas partes.
No hay nada que nos acerque tanto a Dios como la belleza, tanto la creada por los hombres: pintores, escultores, poetas, arquitectos, músicos y escritores, como las creadas por el Arquitecto del Universo. Estoy convencido de que esas bellezas de la naturaleza y humanas, son la forma en que Dios se nos manifiesta y nos ayudan a creer en Él.
Mi vida se resume en tres palabras: trabajo, amor y felicidad. He aprendido que hay que trabajar duro, con altura de miras y honradamente; he descubierto que nadie puede vivir sin amar y sin ser amado, tenemos que estar constantemente enamorados de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestros amigos, de la naturaleza y por lo que se refiere a la felicidad, estos 84 años de vida me han enseñado que la mejor manera de ser feliz es dar felicidad a los demás, es realizar lo que más nos gusta, es convivir el tiempo que más se pueda con la familia y los amigos. Yo he procurado hacer de mi vida una constante entrega al trabajo fecundo y creador, una permanente entrega desinteresada a mis semejantes y una constante acción de gracias a Dios que me ha concedido esos cuatro bienes tan inconmensurables, como son la vida, la salud, el amor y la felicidad.
La celebración del cumpleaños fue en familia, rodeado de mi esposa, hijos, nueras y nietas, en el cálido ambiente del hogar, con el fin de que estos 84 años ayuden a mis seres queridos, especialmente a mis nietas, a entender que la vida vale la pena vivirse con amor, unidad, convivencia sana, buscando la alegría de uno y tratando de ser parte de la felicidad de los demás.

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