-“¿Cuándo se jodió Iguala?”

Por: Rafael Domínguez Rueda

Iguala, la ciudad que muchos queremos, pero pocos amamos.

Muchos de los que tenemos el privilegio de radicar en la ciudad de Iguala de la Independencia, vemos con tristeza como han ido desapareciendo poco a poco, durante los últimos 50 años, aquellos bienes, productos, servicios y características propias que la hacían progresista y le daban atractivo, bonanza y, sobre todo, identidad a la ciudad que nos vio nacer o que nos recibió con los brazos abiertos, cuando decidimos que esta calurosa población sería nuestra morada.

Recordamos la Iguala tranquila, apacible y serena que todos disfrutamos en nuestra niñez, cuando íbamos y regresábamos caminando solos a la escuela; la que gozamos en nuestra juventud, en donde caminar por sus calles era algo maravilloso, porque se regocijaba uno al encontrarse con gente tranquila y amigable a la que saludábamos o con la que conversábamos o con visitantes –desde artistas hasta extranjeros- curiosos y amables, que venían a adquirir artesanías, ídolos o piezas de oro.

Lugar de sitios distintivos, como la conocida calle de los jarros, el callejón de las sandías, el rincón de los aperos, el corredor de los orero que después pasaron al barandal del atrio, el salón Bugambilia, la Quinta Ma. Eduviges y, desde luego su entorno natural, pues esta ciudad se escondía como recatada novia provinciana en su magnífica vegetación; a pesar de que por todos lados se llega a ella de las alturas, no se descubría sino cuando se había llegado, denunciando su existencia una tupida arboleda. Y, también su Plaza Principal o Zócalo con sus 32 tamarindos frondosos, la volvían un oásis, esos árboles emblemáticos por los que es conocida, a nivel nacional, como la Ciudad de los Tamarindos.


Durante la primera mitad del siglo XX, Iguala era la ciudad más importante del estado de Guerrero gracias al ferrocarril, pues de acuerdo con el censo de 1940, figuraba con el mayor número de habitantes, era la primera ciudad comercial y tenía vida propia, pues no estaba sujeta al turismo, ni era un destino de playa, ni a ninguna otra influencia económica extraña, porque contaba con exuberantes tierras de labor, en las que se cosechaba abundante y muy desarrollado maíz, frijol, ajonjolí, arroz, caña de azúcar, melón, angú y toda clase de frutas: tamarindo, mango, chicozapote y limón. El mango petacón tenía mucha demanda en la CDMX; por el estropajo, venían desde Estados Unidos y el angú se exportaba a Medio Oriente.


Era, además, el centro comercial que distribuía los productos a Tierra Caliente y a gran parte del Estado. Sus principales industrias eran: la agricultura, la ganadería, las fábricas de jabón que surtían a Taxco, CDMX y Puebla. La elaboración de alhajas de oro, a cuyos talleres -algunos con más de 40 operarios- acudían a surtirse agentes del extranjero. También había talleres de plata, cuyos artículos tenían un cercano consumo en Taxco.


Si bien, como decía antes, Iguala no es un destino turístico, pero sí era un pueblo con magia y encanto, al que acudía muchísima gente, no sólo de los pueblos vecinos, sino de varias partes de la república y hasta del extranjero a surtirse de los productos y artículos antes descritos.
Pero, también, acudían a gozar, porque conservaba sus alegres y coloridas tradiciones provincianas y guardaba intactas sus fiestas religiosas y paganas.


Iguala es, además, una ciudad de abolengo histórico que hace sentirse muy orgullosos a los igualtecos, particularmente porque se sienten “paisanos de la Bandera”, la que daba lugar a la celebración de una verdadera Feria Nacional…


Hoy día, una mayoría de personas que nacimos o radicamos en Iguala, estamos preocupados por la situación en que se encuentra nuestra Ciudad, desde su Centro Histórico, hasta sus colonias y comunidades: casi borrada nuestra historia tangible; sin delimitación oficial; sin archivo histórico, porque fue a parar al basurero; abandonado o disminuido el uso habitacional; arrasadas las tierras de cultivo; por desconocimientos de las autoridades las casonas, placas, monumentos, estatuas, sin registro, abandonadas o desapareciendo para dar paso a nuevas construcciones sin identidad; el comercio informal creciendo sin respetar normas, sitios históricos, ni autoridad alguna y, sobre todo, la inseguridad que camina por toda la ciudad.


En 1972, en Iguala el bienestar social alcanzaba un 40%, el cual perduró durante el trienio 1972-74. En el trienio 1975-77 mejoró un 5% el bienestar social, modesto pero representó un gran esfuerzo. En el trienio 1978-80 el bienestar social alcanzó el 70 %, gracias a don Rubén Figueroa Figueroa. De entonces a la fecha no ha habido autoridad municipal o estatal que se preocupe por el bienestar, pues éste se ha reducido al 26%, muy por debajo del que se tenía en 1970.
Hace poco, en una reunión de amigos de antaño, Florencio Benítez González, preguntaba, parodiando al gran Mario Vargas Llosa: “¿Cuándo se jodió Iguala?…”

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