-San David Uribe Velasco

Por Rafael Domínguez Rueda

Cuando he servido de guía en el Museo del Ferrocarril de esta ciudad de Iguala, en la última sala donde hay imágenes de personajes, generalmente me cuestionan por una de esas imágenes. Que ¿por qué está ahí? Que no debería estar ¿qué representa? Por principio, en esa sala se exhiben fotografías de personas distinguidas que viajaron en el ferrocarril, es decir personas sobresalientes por sus cualidades, sin importar edad, sexo, ideología, credo o condición social.

En ese entendido y con motivo de la Semana Santa, de que se acerca el día de su conmemoración en el santoral y de que ejerció su labor pastoral en esta Ciudad, voy a reseñar la vida de San David Uribe Velasco.

La rebelión popular en contra de las leyes antirreligiosas decretada por el presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) que comenzó el 3 de agosto de 1926 y terminó el 21 de junio de 1929, conocida como la Guerra Cristera o “La Cristiada” (nombre que le dio el historiador de este movimiento, Jean Meyer), trajo a México una gran cantidad de mártires: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.

Entre ellos, figura David Uribe Velasco, a quien se conmemora en el santoral e día 12 de abril, nació en Buenavista de Cuéllar, Guerrero, el 29 de diciembre de 1888. Adolescente todavía, en 1902, ingresó al Seminario Conciliar de Chilapa, al cual pertenecía la parroquia que lo vio nacer.

“Ocurrente sin ser grosero o insidioso, unió su índole inquieta a una sólida piedad. Despierto y dedicado, alcanzaba sin engreimiento los primeros lugares en concursos y exámenes públicos”, dice su biógrafo José Uribe Nieto. David fue en su estancia de seminarista de un talante sereno que conservó toda su vida, hasta el momento de su martirio ocurrido en los años más duros de la persecución religiosa.

Se ordenó sacerdote el 2 de marzo d 1913, en medio de la Revolución Mexicana (1910-1917); y se le envió a misionar al estado de Tabasco “que tenía relajadas costumbres, vicios e impiedad”. Después se le nombra párroco de Zirándaro, en Guerrero. La Revolución le impidió desarrollar su ministerio en ese lugar.

Se concentró en Chilapa. Durante cinco meses prestó servicios en la Catedral y en el Seminario. En 1917, se le nombra párroco de su pueblo natal, conquistando en poco tiempo el cariño de su feligresía.

En 1922 pasó a la parroquia de Iguala. El 1º. de agosto de 1926, a, entrar en función la “Ley Calles” que impedía el culto y sancionaba cualquier expresión de fe, desalojaron al padre David del curato; por lo que tuvo que refugiarse en un domicilio particular.

A fines de 1926 se regresó a Buenavista, pero también las circunstancias le fueron adversas, por lo que decidió irse a la ciudad de México.

En febrero de 1927 deseaba regresar a su parroquia, pues escribió: “Si la situación se prolonga me iré; poco importa que mi sangre corra por las calles de la histórica ciudad de Iturbide”. Al día siguiente consignó: “Fui ungido por el óleo santo que me hizo ministro del Altísimo. ¿Por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la sangre de Cristo? Este es mi único deseo, éste es mi anhelo”.

El 7 de abril abordó el ferrocarril rumbo a Iguala. En el trayecto alguien lo reconoció y lo denunció. En el mismo tren viajaba el General Adrián Castrejón, quien lo mandó traer y tan pronto lo tuvo frente a él, le propuso adherirse a la Iglesia cismática, a cambio de apoyo y libertad. Pero el padre David rechazó la oferta, una tras otra, hasta que muy molesto el militar decretó su aprehensión, que en ese momento significaba, sin juicio, pena de muerte por ser enemigo de la patria”.

La noche del lunes 11 de abril de 1927 incomunicado y esposado escuchó la sentencia de muerte. Se le permitió escribir una nota, que resultó ser una despedida: “Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos que se me acusa. Estoy en las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe… perdono a todos mis enemigos y pido a Dios perdón a quien yo haya ofendido”.

A las tres de la madrugada de día 12 de abril de 1927, una escolta lo trasladó al kilómetro 168 de la carretera federal Iguala a Taxco. Al pisar tierra se arrodilló para orar, al incorporarse dirigió a sus verdugos estas palabras: “Hermanos hínquense que les voy a dar la bendición. De corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a Dios por mi alma. Yo en cambio, no los olvidaré delante de Él”.

Dicho lo anterior distribuyó entre ellos sus pertenencias. Uno de la escolta disparó a la cabeza, quitándole la vida al instante.

Sus restos descansan en el templo parroquial de su pueblo natal, Buenavista de Cuéllar.

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