Por: Rafael Domínguez Rueda
-Pedro Hernández, jardinero de melodías.
Hay vidas sencillas que son vidas grandiosas. Una de esas vidas es la de Pedro Hernández Palacio. No recuerdo quien nos presentó, pero nos hicimos buenos amigos. Él tenía una relojería en la primera calle de Constitución, acá en Iguala. Además de relojero tocaba magistralmente el salterio. Al pasar por su negocio siempre lo saludaba y cuando estaba tocando el instrumento me quedaba un rato a disfrutar de la música.
Desconozco el motivo, pero empezó a agregar a mi nombre “mi diputado”. Cuando le aclaré el error, me respondió: “Para mí, tú eres y serás mi diputado”. En una ocasión iba con un diputado, al cruzarnos con Pedro y saludarlo, como de costumbre, agregó el calificativo. Mi acompañante le quiso aclarar; pero Pedro le respondió: “Lo sé, pero le aseguro que labora y nos representa, mejor que muchos legisladores”.
Cuando iniciamos la época de oro de la cultura en Iguala –cada mes había 3 días consecutivos de eventos culturales- invité y reuní a Juan Ocampo (piano), doctor Maldonado (violín) y Pedro Hernández (salterio) y sus presentaciones fueron inolvidables. El anuncio de sus recitales musicales auguraba un lleno completo. Tres grandes de la música que hicieron época en Iguala.
En homenaje a su amistad y a su gran valía, doy a conocer la sorprendente dinastía de esta familia y de la cual, uno de sus miembros: Pedro Hernández, honró sobremanera a Iguala.
En 1930, cuando en la ciudad de Cuernavaca sólo había 15 mil habitantes, arribó don Alfonso Hernández Guevara. Tenía 44 años de edad. Y en 1931 abrió una relojería que denominó “La Perlita”.
Don Alfonso, además de ser un magnífico relojero, era un inspirado músico, quien tocaba el primer salterio en la Orquesta Típica Lerdo de Tejada. El director de la Orquesta era hermano de don Sebastián Lerdo de Tejada, quien fuera Presidente de México de 1872 a 1876.
Don Alfonso Hernández nació en el Distrito Federal, el 13 de septiembre de 1886. Su esposa era Josefina Palacio Montes de Oca, quien trabajó en la relojería El Buen Tono de la ciudad de México. Alfonso y Josefina se casaron en 1908. Allá procrearon 7 de 8 hijos: Alfonso, Hilarión, Pedro, José, Susana, Rafael y Rosa.
Don Alfonso estableció a su familia en Cuernavaca, pero no dejó la Orquesta y cada vez que salía de gira lo hacía por Europa, Estados Unidos y Sudamérica.
Llegaron a vivir en la calle Cuaglia; de ahí se cambiaron a Aniceto Villamar. A finales de los años treinta formaron una orquesta familiar, donde el hijo Alfonso tocaba el contrabajo, José la guitarra, don Alfonso y Pedro el salterio. Tocaban en el hotel Bellavista, lugar de reunión de la sociedad, los políticos, artistas y turistas, de aquella época.
A finales de la década de los cuarenta la familia se empezó a dispersar: Alfonso se fue a los Estados Unidos a trabajar a la famosa relojería y joyería “Tiffany”; Hilarión a Acapulco, donde abrió una relojería; José siguió con la tradición de la música y la relojería, hasta que se fue a Jojutla, donde puso otra relojería que también la llamó La Perlita, la cual atendía yendo y regresando todos los días a Cuernavaca. Rafael se inclinó por la sastrería y abrió una en la calle de Matamoros, en el edificio de su suegro.
Por su lado, Pedro se vino a vivir a Iguala y abrió la relojería que igualmente llamó La Perlita. Acá estableció su residencia en la esquina de Juárez y Comonfort, manteniendo el prestigio relojero y musical que le heredaron sus padres. Tuvo ocho hijos. Cinco mujeres y tres hombres. Josefina, Patricia, Marisela, Diana y Carolina.
Don Pedro, a quien siempre recordaremos por su maestría al tocar el salterio, decidió dejar a Iguala y regresar a México; pero dejó una honda huella y felices enseñanzas en la historia de Iguala.
Considero que la vida sería un permanente olvidar el ayer si no fuera por la magia del recuerdo que nos trae a la memoria lo que muchas veces los hombres olvidan: la evocación de personas o etapas de oro, jamás envejecen. Por eso se dice que Recordar es volver a vivir. Y yo ahora ofrezco una primavera de recuerdos en continua floración y una reminiscencia sin nubes hacia los cielos del pasado en los que aparece transfigurado Pedro Hernández Palacio, pulsando el salterio, mientras las notas musicales se van quedando suspendidas en los cielos azules del Sur.
Cada vez que camino por el corredor colonial de la primera calle de Constitución, aún percibo la música de los relojes que penden de las paredes y el armonioso sonido del salterio, y no puedo evitar recordar el letrero de La Perlita y, desde luego, la presencia de don Pedro Hernández Palacio en nuestra historia.