-No soy monedita de oro, pero…

Por: Rafael Domínguez Rueda

El martes de la semana pasada, de sopetón, alguien me dijo: “Oiga, usted, no es bien visto”. Yo sólo sonreí y vino a mi memoria el refrán popular: “No soy monedita de oro pa’ caerles bien a todos, así nací y así soy, si no me quieren… ni modo.” Creo que la vida me ha enseñado a llevar a cabo mis ideas, mis particularidades, mis actos de manera recta, honesta, dentro de los cánones de cortesía, comedimiento, atención, buen modo y, desde luego apegado a los protocolos de organización social.


Siempre he creído que no importa cuántos éxitos haya logrado o cuanto tenga que hacer para que las cosas resulten brillantes, al final me juzgarán por lo que supuestamente dejé de hacer.


Esto me hace recordar que los antiguos griegos, aquellos del tiempo de Pericles, a más de sabios eran muy sagaces y astutos. No confiaban en los dioses, como ahora los ciudadanos no confían en los políticos, pues conocían sus veleidades traumas y caprichos.


Así cuando a un griego le preguntaba alguien: “¿Cómo te ha ido?”, el interrogado contestaba al tiempo que ponía cara de aflicción: “Mal, muy mal”, aunque le hubiera ido estupendamente bien. Temía que si los dioses se enteraban de su buena fortuna se pondrían celosos y harían caer sobre él toda suerte de desdichas. Yo no siento ese temor: mis dioses son benévolos, saben valorar mi esfuerzo.

Así no tengo turbación en proclamar a los cuatro vientos que con frecuencia voy del brazo de esa bellísima diosa, mi musa preferida que se llama Felicidad. En buena parte el secreto de la felicidad reside en estar satisfecho de lo que uno hace, conforme con lo que uno tiene, orgulloso de los que nos rodean presencial o virtualmente, sin ambicionar más y sin desear lo ajeno.


El pasado sábado, por ejemplo, mi esposa, cuatro hijos, nueras y nietas, nos reunimos para festejar el cumpleaños de mi hijo el doctor. La celebración debió ser ocho días antes, pero como mi vástago sabía que en esa fecha me sería imposible acompañarlo por las actividades del Festival, tuvo a bien aplazarlo para esta fecha.


No podemos controlar lo que otros decidan hacer; por lo tanto, no podemos obligar a nuestros hijos a ir al cielo, pero si podemos decidir lo que hacemos nosotros y podemos decidir hacer todo lo que esté de nuestra parte para inducirlos por el buen camino, para mostrarles con el ejemplo el camino del éxito, por propiciar la unidad familiar, pues el círculo familiar es el lugar ideal para demostrar y aprender la bondad, la solidaridad, la fraternidad y hasta la fe en Dios.
Así, esa tarde, dimos cuenta de una insigne parrillada compuesta de arrachera, rib eye, sirloin, chistorra, longaniza, ensalada, guacamole, tacos dorados, elotes y frijoles charros, preparados con amorosísima sapiencia por la esposa de mi hijo.
Gozamos de ese manjar cardenalicio ya que todos somos carnívoros, quizá porque mi familia no es numerosa y de muy buen comer. Ninguno de ellos faltó a la ocasión, aunque vivimos dispersos, unos en Guerrero, otros en Morelos y en el estado de México.
Si algo he aprendido a lo largo de los años, pues cada uno me ha enseñado algo, es que lo más importante que en la vida hay es la familia. Hasta el día de hoy no conozco alguien que en los últimos días de su existencia se lamente de no haberle dedicado más tiempo a su trabajo, de que se queje de no haber acumulado más dinero. De muchas personas sé que antes de irse de este convulsionado mundo se dolieron de no haber pasado más tiempo con los suyos.
No creo que haya infierno, pero pienso que aquel o aquella mujer que con su conducta causó daño a su familia, terminará mal.
Venimos a este mundo a disfrutar de todos los bienes y encantos que la naturaleza nos regala, a ser felices y a dar felicidad a nuestro modo a quienes nos rodean, a poner nuestro granito de arena para que en este mundo vivamos en paz, alegría y armonía; lo demás, poder, dinero, fama, es humo de cabeza hueca, cenizas que se lleva el viento.
Estar en casa significa compartir tiempo con la familia, lo que implica sentirse juntos: abuelos, padres hijos, nietas, escuchar sus anécdotas, platicar de problemas del trabajo y de lo que bien nos ha ido. Esta convivencia promueve el sentido de pertenencia que es importante para que todos los miembros de la familia sepan que puedan acudir en auxilio cuando alguien necesita apoyo y cariño.
Desde siempre he promovido que los domingos acudamos a misa y después a almorzar juntos. Con el tiempo, los hijos, por cuestiones de trabajo, se empezaron a alejar de la casa, entonces, procuramos en los “•puentes”, cumpleaños, Navidad y otros, pasarla juntos. Somos, por lo menos doce personas, aunque a veces más, porque se unen algunos amigos que también son familia. El bullicio que se escucha en la casa dura por lo general ocho horas mínimo y es lo que nos hace seguir sonriendo durante la semana. Lo principal es la unidad y vivir la felicidad.
Pareciera que estoy predicando como ocurre en las mañaneras; nada más alejado de la verdad, porque mis expresiones no son de odio, de división de falsedades o mentiras. Lo que yo expreso, lo que quiero decir es que, reunir a la familia es muestra da unidad y signo de felicidad.

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