-Iguala, mi patria chica

Por: Rafael Domínguez Rueda

Siempre he pregonado que me siento orgulloso de haber nacido en Iguala y jamás me avergonzaré de ser igualteco. Amo a Iguala, mi patria chica, como a México, mi casa grande. La amo con la misma devoción del niño que en el amplio patio del Instituto Iguala Incorporado rendía los lunes por la mañana, vestido con uniforme de gala, honores a la bandera y cantaba el himno nacional después de oír aquellos poemas fervorosos.

Quiero a mi tierra con el mismo entusiasmo con que ingresé a trabajar en la Oficina Federal de Hacienda, donde encontré el amor de mis amores, me sirvió de plataforma para lograr mi carrera profesional y lanzarme a conquistar el mundo.
He recorrido palmo a palmo el Centro, sus cinco barrios, las más de 200 colonias, los yacimientos arqueológicos, así como los siete cerros que conforman este caluroso pero fértil Valle de Iguala.

Conozco mejor que nadie su historia, mitos, costumbres, tradiciones y leyendas. Conocí (porque prácticamente ya desaparecieron) los cuatro adoratorios donde, según la fase, se rendía culto a la luna con una danza a la fertilidad muy impresionante y hermosa; en Pueblo Viejo, una pirámide truncada; en el montículo de las Tres Culturas, un “entierro” que, según estudios, databa de 1,800 años a.C.; el basamento de una pirámide, el último reducto de la capilla de piedra y los túneles en el atrio y Centro de la ciudad.

Formé parte del Grupo que se opuso a que la ESPI fuera reubicada en la Col. Ruffo Figueroa. También de la defensa del edificio de la escuela “Herlinda García”. No se me olvida cuando se acercó a mí un joven y me dijo: “Soy médico. Trabajo en Cuernavaca. Pero soy de Iguala y aquí estudié mi primaria. Le pido que el día que llegue la maquinaria no dude en llamarme. Seré capaz de tirarme al suelo delante de la maquinaria, antes que permitir que derrumben mi escuela”. Afortunadamente no hubo necesidad. Ahora, ya no hay igualtecos que piensen igual.

Soy hijo por igual de Iguala y de mis ancestros chontales y me conmuevo lo mismo ante el sencillo Monumento que levanta a los cielos del Sur la Bandera de México que ante el sobrio templo de San Francisco; ante el soberbio edificio de la antigua estación del ferrocarril que ante el imponente puente de la “S”.

Y si tuve suerte de entrevistar a don José A. Ocampo, nieto de don Magdaleno Ocampo, el sastre que confeccionó la primera bandera de México, también lo logré con Elena Garro, quien inmortalizó a Iguala en su novela Los recuerdos del porvenir.

Porque amo a Iguala he encauzado mi vida con sentido social y contenido humano, no sólo logrando beneficios materiales e instituyendo tradiciones, sino también al expresar mis vivencias personales y las que recojo de mis coterráneos, y lo hago en forma de crónica para entretener a mis lectores, pero también para ponerlas al servicio de ideales y necesidades de mi pueblo y a las cuales conjugo con una tarea de exaltación a lo mejor de mi Estado de Guerrero.

Por todo lo anterior, me apena, sí, vivir ahora bajo un gobierno como el de la mal llamada 4T. Ver cada día los excesos de poder por haberse amafiado con corruptos, malosos y los más ricos; oír a diario las mentiras y engaños para embaucar a los ignorantes; escuchar los denuestos y las amenazas para intimidar a los que no piensan como él; conocer las ilegalidades y violaciones a la ley para imponer su voluntad y la notoria perversión del presidente que ha provocado que no vivamos en un Estado de Derecho, pues es evidente que los extorsionadores están por encima de los municipios, los estados y el país.

Y, en esta cuarta Destrucción, tratan de borrar el pasado e instaurar una autocracia. La monarquía absoluta y la dictadura perfecta son las principales formas históricas de gobierno.

Y, claro, en Iguala, de esa política demagógica no nos podíamos salvar. De ahí que nos hayan entregado un Centro urbano grotesco, árido y nada agradable para propios y extraños. Un centro que vino a borrar buena parte de nuestra historia.

Así vemos que, además de que no se cumplió con la normatividad, el nuevo palacio municipal es un edificio sin frontispicio o fachada, un elemento primordial en arquitectura. No se contempló un balcón hacia la explanada para que la autoridad tuviera contacto con el pueblo, sobre todo, el 15 de septiembre. Además de resultar insuficiente “ser brutalista, frío y nada agradable para quienes lo ocupan”.

El Monumento, en pocas palabras, estaba mejor que como quedó ahora.

En el Jardín Juárez el concepto universal de kiosco desapareció con el pretexto infundado de modernidad y borró su noble función de diseño urbano con un paraguas de cemento.

Evidentemente que faltó mano de obra calificada, pues con las primeras lluvias empezaron a manifestarse las fallas, fallas que seguirán brotando como el pérfido, aunque sea un excelente material, pero necesita el mortero adhesivo adecuado y ahí no se aplicó.

En pocas palabras, “borraron cada pieza de nuestra historia local”.