-Gracias a la vida…

Por: Rafael Domínguez Rueda

Acabo de cumplir 83 años. Ese día alcé la mirada al Cielo y pude decir, parodiando a Mercedes Sosa: “Gracias a la vida que me ha dado tanto, me ha dado una preciosa y linda esposa, me dio cuatro hijos que cuando los miro, perfecto distingo el altivo del bueno, el difícil y el sereno; y en el alto Cielo, su fondo estrellado y en las multitudes, los amigos que yo amo”.

Pero, también y, sobre todo, le di gracias a Diosito bueno que me ha permitido llegar a esta edad, si no completamente sano por mis excesos, sí con una vida saludable, porque cada mañana puedo saludar a mi familia y a mis amigos.

No cabe duda, Diosito bueno me dio, entre otras muchas gracias y bendiciones la de haber cumplido 64 años como hombre de letras, lo que me ha permitido ganar 2 concursos de oratoria. Obtenido 25 preseas en Juegos Florales. Lograr 3 premios en ensayos. Un lauro en periodismo artículo de fondo. Así como haber impartido más de 300 conferencias de carácter histórico y de índole fiscal. Sin duda, todo esto me dio dos grandes satisfacciones: haber recibido un premio de manos del señor Presidente de la República y, la otra, recibir del Gobierno del estado de Guerrero, la condecoración “Vicente Guerrero”, el máximo galardón que entrega mi Estado.

Asimismo, independientemente que desde los siete años empecé a trabajar como ayudante, cargando canastas y en labores del camp, profesionalmente estoy cumpliendo 60 años de empleado. He laborado en los tres niveles de gobierno, desde administrativo hasta nivel de subsecretario. Ahora sigo, pero ya como administrativo.

Y es tan bueno Diosito conmigo que también me dio, entre otras muchas bendiciones, la de no saber que es una cruda. He bebido acá, allá y acullá. A lo largo de 65 años de vida. Y he tomado de los más variados chíngueres, los más dantescos tragos y jamás he debido pagar tributo alguno por mis demasías.

He podido apurar una botella –no de galón- de licor o vino, y al día siguiente amanezco tan fresco como una lechuga, sin sufrir las penalidades que hacen que algunos no aguanten el dolor de cabeza, otras vayan a dar al hospital y no falta quienes los últimos auxilios pidan al cura.

La primera vez que tomé fue el día primero de enero de 1958. De una a cuatro de la mañana di cuenta de media botella de Madero XXXXX. Increíblemente fue dentro del reducto de la torre del primer templo de mampostería que hubo en Iguala. Donde ahora se encuentra el Curato.

En Acapulco viví 3 farras. Llegué a cenar a Fersatos. Don Fernando Salinas Torres se acercó con dos botellas de mezcal. “De cual quiere tomar”, me dijo. “Del que la casa recomiende y el patrón también deguste”, le respondí. Así empezó la velada. Cuando los trabajadores empezaron a llegar, a las 7 de la mañana, habíamos dado cuenta de las dos botellas. Me despedí. Fui a mi casa a darme un baño y a las 8 ya estaba en mi oficina atendiendo gente. Mi amigo, en todo el día no fue a su negocio.

En otra ocasión, llegué a las once de la noche al convivio que se ofreció al compañero Germán Espíndola. Me empezaron a chotear, pues estaban terminando de cenar y pensaban retirarse. Ofrecí una disculpa. Me tomé medio vaso de licor puro y ofrecí que por cada ronda yo me tomaría una doble como castigo. Así empezó el guateque, pues a las dos de la mañana la seguimos en un canta bar. A las 7 que nos despedimos, yo enfilé hacia Iguala, a donde llegué a las diez a cubrir mis compromisos.

Llegamos al restaurant, el secretario de la SCT, el subsecretario de Comunicaciones, el director del Aeropuerto y su servidor. El secretario ofreció invitarnos una Nochebuena y la comida. El subsecretario me lanzó un reto. Pidió escoger una botella y que yo la pagara y al término, yo eligiera y él pagaría. Él pidió una de whisky, mientras yo elegí una de cognac. El del Aeropuerto, dijo que no se quería quedar atrás y nos invitó una de don Pedro. Al otro día el subsecretario fue a parar al hospital y el del Aeropuerto no se presentó en 3 días.

Si mi vida ha sido la de un andariego, por consecuencia es la de un bohemio. Formé el grupo Tantum ergo, en Chilpancingo. En Monterrey, el grupo de Jefes de Hacienda que todos los sábados de 2 de la tarde a las 10 de la noche, 12 o 15 integrantes dábamos cuenta de 25 cartones de cerveza. En Mazatlán, buscaba compañía, pues la cervecería Pacífico me regalaba semanalmente 50 cartones de cerveza. E Iguala no se podía quedar atrás. Acá, conformé el grupo UMO (Unión de Maridos Oprimidos) que mes a mes nos reuníamos y convivíamos alegremente.

Todo esto lo narro no por jactancia, pues no es cosa para presumir, sino como curiosidad fisiológica que de seguro habría intrigado a más de un abstemio.

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