-Vivir la vida al máximo.

Por: Rafael Domínguez Rueda

El hecho de haber nacido en un hogar proletario, me permitió vivir la vida al máximo. Vivir la vida intensamente es ingeniárselas para llevar una existencia ocupada, aparentemente llena de variedad, ingenio, aventuras, satisfacciones y alegrías, sabiendo que uno no dispone de dinero y por lo mismo no se ambiciona.

Esa situación me llevó a que me volviera andariego, es decir, una persona en busca de redención. Y como dice la canción, hacer de mi vida una crónica de la errancia en el amor, en la actividad que terminan por ofrecer tranquilidad y sosiego.

Así, pudo decir que en esa inquietante aventura me llevó a conocer los cuatro adoratorios donde los chontales hacían sus ceremonias la noche en que la luna cambiaba de fase. Las dos lagunas que existen dentro del cráter del Nevado de Toluca. Y sentir, en el Mirador de Cuatro Palos en Pinal de Amoles, cómo la nieve me hacía titiritar de frío.

Pero, también he conocido a la más famosa obra pictórica del polímate renacentista Leonardo Da Vinci: la Gioconda, en el Museo del Louvre. He visitado con Gautier la romántica Italia; no hay un solo de los museos de Roma que me haya ocultado sus artísticas riquezas; he descendido hasta las Catacumbas; me sentí un espectador en el Circo Romano y me he pavoneado después en los salones del Vaticano; he sentido la deliciosa fruición que experimenta el poeta, el artista, en esa ciudad de la poesía y el arte, en Florencia; me acuerdo de Capri con su Cueva azul; de Nápoles con su Vesubio, sus mujeres y sus noches; conozco palmo a palmo esa ciudad encantada, esa reina del mar, esa Venus agonizante, esa Venecia a quien Sauvajón creía construida por los dioses, la Venecia del cuarto libro de Childe Harold y de los admirables cuadros de Cavalleto.

En estos viajes, he tenido a mi lado a Dumas, el príncipe de los narradores. A Juan de Dios Peza, el cantor del Hogar, a Stendhal, a Vicente Blasco Ibáñez. ¡Qué filosofía encontraba en aquellas poéticas descripciones del padre Sergio Ramírez! ¡Cómo me deleitaban aquel arte, aquella filigrana, aquella palabra colorida y pletórica de Hippolyte Taine!

Más de una vez he recorrido con Jan Morris los románticos canales de Venecia; y más de una vez también recorrí con Víctor Hugo las calles llenas de luz de Paris; atravesé con Byron las ondas del Adriático, el mar de los poetas. José Cela de Camilo me descorrió el velo que oculta los sitios, lugares y obras de arte de España.

Pero, también con Tere nos hemos solazado en los paisajes de Cancún, hemos pasado varias tardes en el lago de Pátzcuaro y una noche en el Tenampa de Plaza Garibaldi. Y no hay alojamiento a la orilla del mar, discoteca, playa o paseo en Acapulco, de los que no hayamos disfrutado –y en grande- su esplendor.

No hay viaje que no haya emprendido de aventón, caminando, a caballo, bicicleta, coche, autobús, avión, globo, camello, barco o submarino, ni pueblo mágico, ni empresa exploradora, por arriesgada o difícil que sea, que yo no haya acometido con decisión.

Desde el recorrido por las Grutas de Juxtlahuaca hasta la cima del Popocatépetl; he vivido en la opulencia de la ciudad de la Eterna Primavera y los esplendores de la Perla Tapatía. Y es que, como el conde de Maistre, frecuentemente hago viajes alrededor de mi cuarto. En efecto, bien arrellanado en la mesa de mi modesta biblioteca, teniendo en frente una incitante copa de whisky, y algún libro de viajes en la mano, más de una vez he recorrido el mundo en alas de la invisible locomotora de la fantasía.

El universo todo ha pasado como visión caleidoscópica a mi vista, y parte de todo esto sin exponerme a pillar un constipado en Suiza, o que me haya indigestado la comida en Zacatecas.

Pero, cuáles han sido los tres lugares que pocos mortales tienen la dicha de conocer. En los Cabos de Baja California, las Grutas de Arena que me dejaron estupefacto y sin habla, gracias a la amistad que hice con tres buzos americanos que se encontraban rescatando un buque hundido en la Bahía. Haber oído misa en la capilla que se encuentra dentro de esa bola que representa al mundo y corona la cúpula de la Basílica de San Pedro en Roma, en donde sólo caben 17 personas, gracias al sacerdote Arturo Lona, que después llegó a hacer un obispo polémico acá en México. Y la comunidad de Collantes, en la Costa Chica de Guerrero, donde un millón de dólares tapizan una choza.

Pero, a pesar de todo este bagaje –los viajes ilustran- sigo siendo un desconocido andariego.

Comparte en: