-Gloria a Dios en las alturas…

Por: Rafael Domínguez Rueda

En estos días vivimos varias y muy significativas tradiciones, como las posadas, poner el arbolito, colocar el nacimiento, participar en las pastorelas, reunirnos con los amigos y compañeros para convivir y celebrar la Navidad.

La posada es una fiesta comunitaria, de unidad vecinal, que durante ocho días se llena de colorido con los cantos de letanías y villancicos, rompimiento de piñata y todo un variado y peculiar ágape de platillos, dulces y ponches que espontáneamente aportan los vecinos.

Todos los ritos peculiares de las festividades de la Navidad tienen diversas raíces. Tal es el caso de El Belén, también llamado Nacimiento, representación plástica del advenimiento del Mesías.

Los nacimientos son parte importante de las tradiciones mexicanas. Desafortunadamente esta tradición ha venido a menos y a partir de este año, la Suprema Corte sepulta esta tradición a lo largo y ancho del país, al prohibir que se exhiban los personajes emblemáticos de los Nacimientos, en plazas públicas.

Si Jesús Niño hubiera nacido en Iguala, que no en Belén, habría nacido en el barrio de San Juan, sobre un cuascle o cuaxcle de las caballerizas de don Pablo, Salomón, Crisóforo o don Teófilo, campesinos emblemáticos del Iguala del ayer. Su mamá María lo hubiera envuelto en un cotón adornado de tamarindos por sus manos y José su padre le habría hecho, para recostarlo un pesebre rojo de nochebuenas, bajo una gruta de acacias.

Así, el Niño Jesús habría mirado las primeras estrellas despuntando al lado del cerro de San Andrés y los primeros pastores que le habrían entregado sus ofrendas habrían sido los de Tuxpan con sus frutas, los de Santa Teresa con su maíz y tortillas y los de Platanillo con sus flores y miel.

A lo largo de mi existencia siempre he estado presente en los momentos de colocar el nacimiento en casa. Recuerdo con que delicadeza colocaba las figuras mi santa madre. Ahora es mi nuera Erika la que con serenidad instala el Belén. Desde ese Nacimiento escribo hoy, florecido otra vez, con la nostalgia que fue y con los sueños que no se han hecho realidad. Y del níveo árbol de Navidad tomo la estrella que esplende sólo para mí. Yo soy el pastor andariego que aún va en camino. Y desde mi nacimiento digo mi “Gloria a Dios en las alturas” y pido unirme al coro de los hombres de buena voluntad que en medio de la desesperanza esperan, muy cercados por el escepticismo creen, y ceñidos por la maldad buscan ser buenos, y sobre la indiferencia de muchos, que es peor aún que el odio, aman con un amor terco, empecinado, que aún no se rinde ni se abate nunca, y en la oscuridad de las cosas enciendo una luz que dé luz a los demás, y en medio del vocerío atronador ponen una canción que canta quedamente, pero que nunca deja de cantar…

Y así cantando puedo proclamar que con frecuencia voy del brazo de esa dama que se llama Felicidad. El pasado domingo, por ejemplo, con mi esposa, dos de mis hijos y la familia de uno de ellos, acudimos a misa para dar gracias a Dios por nuestros 55 años de casados. Días antes mi esposa le había pedido a Erika, nuestra nuera, que acudiera al despacho parroquial a pedir que incluyeran en las intenciones comunitarias la nuestra. Al oír la secretaria el motivo dijo que los domingos no había misas especiales. Como mi esposa piensa igual que yo, aclaró que no quería un acto particular, pues el fin era sólo dar gracias.

Escuchábamos atentos la misa, cuando en el momento en que el sacerdote menciona las intenciones, al último, leyó la nuestra, se sorprendió e instintivamente preguntó si nos encontrábamos. Al levantar la mano, pidió que nos acercáramos al altar; él se bajó, nos recibió con un saludo, pidió que nos tomáramos de la mano y después de hacer una oración muy emotiva nos dio la bendición. Sin duda, por esas bendiciones, Dios nos ha permitido vivir tantos años juntos.

A mis amigos y queridos lectores les deseo una ¡Feliz Navidad! ¡Que el amor, la paz y todas las bendiciones de estos días se extiendan a los últimos días del año y a todos los del próximo!

¿Qué puede dar este pobre andariego a cambio de todos los innumerables dones de bondad que la gente, pero sobre todo los amigos le brindan en su camino? Nada más que un pobre ramillete de mal hilvanados pensamientos envueltos en nochebuenas. Podrán servir para adornar y dar emotividad a la cálida charla en el convivio navideño. Así lo espero. Mientras tanto ¡mucha, pero mucha felicidad!

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