-Tú me acostumbraste…

Por: Rafael Domínguez Rueda

A mis 16 años no pensaba más que figurar en todos los juegos: futbol, basquetbol, voleibol, atletismo y billar, en el que por cierto a esa edad logré ser campeón estatal de carambola de 3 bandas. En el estudio sólo procuraba no reprobar. Eso sí, en las noches dedicaba como mínimo una hora a la lectura, afición que me permitía participar en actos públicos y debatir en clases.

De ahí que, cuando a mis 17 años resulté campeón en un concurso de oratoria, se abrió para mí un mundo insospechado: reconocimiento de los maestros, respeto de los compañeros, alegría de los amigos; pero también los periódicos me ofrecían trabajo, las instituciones me prometían becas y hasta la OEA me nombró representante.

Ante ese panorama cambió mi vida. El estudio se volvió lo prioritario. El deporte sólo para mantener mi condición física. Debía tener ideales y fijarme metas. Formular o trazar metas es una de las actividades más importantes en la vida de las personas, pues mejora la calidad de vida y le permite a uno superarse día a día.

Lograr las metas no es fácil, implica esfuerzo, dedicación, constancia y privarse de diversiones. Además, es necesario establecer valores como la honradez, integridad, responsabilidad e innovación. Sólo así se alcanzas las estrellas. Los jóvenes de hoy piensan que eso ya pasó de moda. Por eso estamos como estamos.

La primera y más importante meta es elegir la carrera ideal. Sería maestro. Empecé con 48 horas en Secundarias; además daba clases en una Academia y los fines de semana en el Instituto de Capacitación del Magisterio. Después de 2 años, advertí que con lo que ganaba, en ese entonces, no podía sostener a una familia, por lo que tuve que dejar el magisterio.

Inicié las carreras de Derecho y Arquitectura al mismo tiempo, pero al año y medio tuve que abandonar los estudios, porque mi padre sufrió un accidente que lo tuvo en coma una semana. Bien dice el dicho, “el hombre propone y Dios dispone”.

Un año después ingresé a trabajar a Hacienda en Iguala y por las tardes estudiaba la carrera de Contabilidad en Chilpancingo. Al término, continué los estudios en la Capital del país, donde cursé Auditoría, Periodismo e Historia.

Pero también, cuando escogí la carrera me propuse ascender cada sexenio y lo que lograra hasta los 48 años sería bueno, lo que viniera después sería ganancia. Logré el nivel de subsecretario. Pero, a lo largo de la vida me he fijado decenas de propósitos y metas. Casi todas las he alcanzado. Ya no me va ser posible realizar el viaje soñado a Papeete y la visita a Machu Picchu.

Lo anterior viene a cuento, porque la segunda y no menos importante meta es elegir pareja. Cuando mi esposa y yo nos casamos -55 años se van a cumplir de esto- poseíamos una fortuna inmensa: éramos pobres. Después de tantos años seguimos siendo pobres, pero felices.

No teníamos dinero para ir de viaje de bodas a Acapulco, que siempre ha sido el puerto de moda de los lunamieleros. Así nuestra luna de miel la pasamos en la ciudad de México, donde despertamos después de cinco días de disfrutar el paraíso terrenal.

Desde entonces, al despertar no he dejado de mirarme en el espejo de sus ojos… y cada noche canturreo “hay unos ojos que si me miran… Ojos preciosos… ojos más lindos no he visto yo…”

Cada vez que oigo esa canción antigua, llega de visita a mi corazón el recuerdo de la serenata que un trío y mi alma le llevamos a mi novia Ma. Teresa. En aquel tiempo yo cantaba más o menos. Ante la ventana de la amada le dedicaba canciones íntimas: Morenita mía… Eres la inspiración de mi vida/ de mi vida que es para ti… El bellísimo madrigal: Quisiera ser rayo de luna/ que incite en tus ojos destellos de amor. /Quisiera como ella besarte, /poder adorarte/ con mudo fervor…

Canciones inolvidables: Hay unos ojos… Toda una vida… Despierta dulce amor de mi vida… Buenas noche mi amor… Por ti aprendí a querer…

Y aquella canción de siempre que nos dedicó, en Acapulco, Amparo Montes: Tú me acostumbraste…

El paso de los años ha hecho que claudique la voz. Pero el amor es el mismo de entonces, y las canciones no han cambiado. La música y el corazón vencen al tiempo y aunque sea con voz trémula le sigo cantando a ella: Tú me acostumbraste…

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