Por: Rafael Domínguez Rueda

Hace unos días, una dama que dijo ser lectora de mi columna semanal, me detuvo en la calle para pedirme que escribiera algo sobre el oficio más antiguo del mundo en Iguala, pues a decir de ella, es una ocupación no controlada.

En efecto, la gente dice que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Pero, según las épocas, los países y las culturas, ha cambiado de reglas y de forma. Ha revestido aspectos religiosos, profanos, sagrados y también extremos de lujuria, violencia y horror. Legal o ilegal, tolerada o perseguida, allí sigue. Los cristianos no deberían olvidar que en la Edad Media, bajo la protección de santa Magdalena, las prostitutas tenían sus cofradías y un estatuto oficial.

La pregunta es: ¿y ahora qué hacemos con la prostitución? El castellano es rico, preciso y sonoro, entonces hablemos con propiedad: la putería es una cotizada profesión. Si los gobiernos fueran un poco inteligentes y conocedores la regularían, no sólo para proteger a la sociedad sino también para incrementar sus ingresos. Con conocimiento de causa aseguro que se puede subsidiar y hasta favorecer con exenciones.

Gracias a ese rechazado quehacer se pueden evitar muchos males, pues los varones en edad rijosa pueden desahogar sus instintos sin riesgo para las mujeres y también para ellos.

Las musas de la noche se han convertido en suripantas del día. Éstas ofrecen sus servicios en las plazas públicas o congales disfrazados de cervecerías; mientras aquellas, que en muchos lugares son todavía objeto de menosprecio deberían ser exaltadas como componentes que prestan un valioso servicio a la comunidad.

Hace años, un dirigente cetemista no pensaba como yo, alguien le sugirió que podía formar un sindicato de mujeres de la noche y así tendría partidarias, pero también cuotas al afiliarlas. Hizo una reunión y allí frente a todas expuso las bondades que se derivarían de su afiliación y finalmente habló de la aportación económica. De momento quedaron en silencio. Hasta que una tímidamente preguntó: “Es forzoso ingresar al sindicato”. El líder de inmediato contestó: “Sí y todas tendrán que aportar la cuota en dinero contante y sonante”. La lideresa de las afectadas alegó que la tal cuota no la podían cubrir, pues, el porcentaje que les quedaba, apenas les alcanzaba para sobrevivir”

El líder cetemista insistió en que, como trabajadoras tenían que estar afiliadas a un sindicato que defienda sus derechos. “Mire licenciado –propuso la representante de las mesalinas- ¿qué le parece si en vez de esa cuota le compartimos a usted la mitad de lo que nos entra a nosotras”. Según se supo el líder declinó el amable ofrecimiento y se retiró, como dice la expresión: “Con la cola entre las piernas”.

Y es que la prostitución también tiene su historia en Iguala. Por principio, se ha ejercido en cuatro sitios. Desde el siglo antepasado se estableció en la esquina de Álvarez y Colón. Había una casa con varias puertas, pues el predio –donde ahora se encuentra una tienda- abarcaba media cuadra.

Tengo muy presente la anécdota que mi gran benefactor y amigo Aurelio Castro me narrara: “Un día, mi hermano Juan y yo, que éramos pequeños, acompañábamos a mi padre, cuando después de cruzar la calle de Juárez y continuar por Colón, él nos tomó de la mano y nos pidió caminar agachados y con la otra mano nos cubriéramos los ojos. Así lo hicimos. Pero uno de chamaco es curioso y yo de reojo trataba de saber el por qué de esa situación. Cuando al pasar por esa casa que se me hizo eterna. Alcancé a ver en cada puerta de la acera de frente mujeres vestidas provocativamente. Con el tiempo supe que era Casa de citas.”

De ese lugar, avanzado el siglo pasado, como estaba en el Centro de la ciudad, pasó o surgió la Zona Roja en las calles de Comonfort y Magdaleno Ocampo, donde alcanzó mayor auge y eran famosos el Pokar de Ases, Quinto Patio, Pussy Cat, La Sirenita y Playa Suave, donde lo mismo encontrabas boleros que comerciantes, comandantes de la Federal de Caminos que curas y se presentaban grupos musicales y hasta orquestas, como la Sonora Iguala y la Sonora Tamarindera.

De ahí, en la administración de Julio César Catalán Flores, como también ya había quedado en el Centro la Zona Roja, fue trasladada a los Chocolines, quedando como Zona de Tolerancia que con el tiempo fue decayendo.

El cuarto sitio se ha vuelto con el sexo callejero, particularmente en el Monumento a la Bandera y en tantos prostíbulos vestidos de cervecerías. Una realidad incómoda, pero demasiado real para ser olvidada.

La prostitución contemporánea presenta dos problemas: el tráfico de mujeres, la lucha contra los proxenetas y civilizar una actividad que no va a desaparecer, porque existe una demanda muy grande, diría hasta creciente.

En el momento de cerrar este artículo recibo una invitación para mañana jueves a la presentación de la antología MUJERES CON MALA REPUTACIÓN. Un tema parecido que me voy a perder por un compromiso contraído de antemano.

Algunos dicen que una prostituta se gana la vida con su cuerpo como un deportista o un licenciado y que lo malo es la esclavitud y no la venta de su cuerpo. Olvidan las condiciones sociales del ejercicio de este oficio, y en el mejor de los casos su costo sociológico.

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