-Fanáticos perdidos.

Por: Rafael Domínguez Rueda

Yo no soy un Intelectual. Estoy plenamente convencido de que no tengo las cualidades que se necesitan para serlo, y quiero pensar que carezco de las virtudes propias que orlan a las personas de esa condición. Tengo muy claro, sin embargo, que una de las notas características del intelectual es la de ser liberal en el más alto sentido de ese término, aplicable a quien es partidario de la libertad y ejercita las virtudes que de la libertad derivan: tolerancia, respeto al derecho y opinión de los demás, capacidad para juzgar con rectitud las cosas; apartamiento de todo dogmatismo.

Sin embargo, no entiendo ni encuentro tales atributos en muchos de los intelectuales que han sido y siguen siendo seguidores y partidarios de López Obrador, a quien han convertido en un dios mitológico o un pastor religioso cuyos dogmas y ocurrencias no pueden ser objeto de discusión o examen y cuyos dictados son inapelables y por lo tanto hay que apoyarlos y defenderlos a ultranza.

Con esa postura han abdicado a la condición de imparcialidad, de críticos honestos y se han convertido en propagandistas. Han renunciado a su libertad de pensamiento para seguir las consignas del profeta y confirmar los mitos del autócrata. Dicho de otra manera han dejado de ser intelectuales para convertirse en creyentes de un mitómano, pues él no se cansa de repetir “nosotros no robamos, no mentimos, no engañamos…” y sin embargo es lo que practican a diario.

Lo suyo ya no es lograr el bienestar, seguridad, salud, educación y unidad de los mexicanos, sino que la política la han convertido en creencia, religión que excluye a periodistas, conservadores y activistas. Y su religión es feroz e implacable: les impide practicar el “amaos los unos a los otros”, no les permite hacer la más leve crítica al pastor, al caudillo, por temor a ser excomulgados y tildados de traidores a la única cuarta distorsión.

Al perder su libertad han perdido su condición de intelectuales. Se han perdido a sí mismos En todos los sentidos de la expresión, son fanáticos perdidos. Uno de esos fanáticos me decía: “Está usted equivocado, Contador. ¿Por qué cree que AMLO tiene tantos seguidores?”

Mi respuesta fue contundente: “Porque a todos ustedes, a diario, les da Gansatole.” En efecto, tal es el combustible usado por López Obrador para mantener a su grey. Con Gansatole mantiene viva la llama de los adultos mayores, servidores de la nación, de los que les da “abrazos” y no se diga de las huestes de Morena…

Pero, mejor, vayamos a otra cosa más terrenal.

El viernes de la semana pasada, unos minutos antes de las nueve de la mañana, estaba esperando me entregaran el almuerzo, porque a las 9 ya debo estar en la oficina. Cuando la señora que atendía, le dijo a una prona que estaba atrás de mí: “Usted sí se va a sentar”, Contestó: ”Sí”. Al escuchar la voz, volteo y era mi hermano de juventud Alfredo Avilés el que respondió. Él, religiosamente dos veces a la semana, almuerza allí.

El comedor más concurrido por las mañanas en mi ciudad es “ReComiendo en Iguala” del amigo José Sotelo, ubicado en las calles de Hidalgo, en el centro de la ciudad.

La gente dice, y dice bien que si uno quiere almorzar sabroso, exquisito y económico, sólo en “ReComiendo en Tacos Sotelo”, lo encuentra. Hay infinidad de taquerías, pero los que prepara don José son célebres, porque alguien dijo que estos tacos son huérfanos, llamados así porque no tienen madre, cuyo nombre debería ser inscrito en el Registro de la Propiedad para que nadie se lo adjudique.

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