Por: Rafael Domínguez Rueda

Porque no decirlo. Ciertamente mi madre me heredó una casa que, desde luego, mejoré. De ahí en fuera no recibí más bienes materiales. Son unas de las muchísimas cosas que les agradezco a mis padres. Los dos eran de condición modesta: mi madre, si bien antes de casarse bordaba, tocaba el piano y era una excelente pintora, al contraer matrimonio asumió el papel de ama de casa; mi padre fue mil usos: sastre, cantinero, artesano de tejas y ladrillos, platero, comerciante y agricultor.


Lo bueno que fuimos sólo dos hijos. Apenas había en casa lo más indispensable. Para superar la pobreza, mi padre era buen cazador. En las tardes, cuando las güilotas o las tórtolas llegaban a tomar agua, con escopeta recogía unas 3 docenas, en las noches daba cuenta de una media docena de conejos y cada tres meses llegaba con uno o dos venados. Así que comida nunca faltaba.


No sé, entonces, como se las arreglaban para comprarme cada ocho días una revista infantil llamada «Trotamundos”, cuyo contenido era de: aventuras, chistes e información interesante. Además, en casa había un estante con libros que yo leía de madrugada. Y es que duermo poco: seis horas a lo más. Y no es cosa de la edad: esas han sido mis horas de sueño desde la niñez. Pero, son seis horas que duermo profundamente.


Así adquirí de mis padres el único vicio impune que existe, el vicio de leer. De los otros vicios más comunes como el alcohol y las mujeres no los adquirí, porque, en el primer caso, tanto en la adolescencia como en mi juventud no tuve tiempo. Trabajaba de 8 a dos de la tarde y estudiaba de cuatro a nueve de la noche. Y, por lo que se refiere al segundo, mi madre me educó desde la niñez. Me decía; «A la mujer, no la Toques ni con el pétalo de una rosa” y Amado Nervo, agregó: «no la hieras ni con el pensamiento». Yo te pido que cuando estés frente a una mujer no olvides que tu madre es mujer. “Trátala, como quisieras que traten a tu madre. Con respeto y admiración». Puedo fallarle a todo mundo, pero a mi madre nunca.

Tal herencia es mejor que la de bienes materiales. A mis padres debo no sólo mi ser, sino lo que soy. Quizá poco. Pero, camino con la frente en alto y el nombre limpio.


La afición aumentó cuando, en la primaria, en que descubrí que en el salón de clases había un librero con serie de autores como Salgari. De tamaño pequeño, pero a colores y hermosamente ilustrados. Con el permiso de mi maestra, durante el recreo, yo me quedaba a leer esos libritos. Se acrecentó el deseo cuando llegué a estudiar a Chilapa. Encontré un grupo de lectores. Éramos 7 y nos impusimos la tarea de leer un libro por semana, mismo que comentábamos los domingos.


Hay libros que hay que leer antes de morir, no sólo por el buen sabor de boca que nos dejan, sino también por la lección que nos dejan.


Don Quijote de la Mancha es la historia de un hidalgo loco que se cree un caballero andante. Es conmovedora, divertida y de cuidadosa lectura. Pocos lectores han pasado por las páginas escritas por Cervantes sin caer cautivados ante el embrujo y las innumerables sentencias de Sancho y Alonso Quijano.

La Ilíada de Homero repasa la cólera que vivió Aquiles durante la Guerra de Troya. Una narración épica escrita en verso que nos lleva a un universo de dioses, héroes, intrigas, amor y venganza.

La Odisea narra el viaje de regreso del héroe Odiseo a su patria, la isla de Ítaca, tras su participación en la guerra de Troya. Su travesía está llena de peligros y aventuras. Es una metáfora del viaje que es la vida para todos nosotros; de ahí que es un clásico universal.


Cien años de Soledad narra la historia de la familia Buendía a través de varias de sus generaciones. Lo interesante del texto, además del argumento, es la forma en que está narrado. García Márquez demuestra que es un maestro del realismo mágico.


El Principito aparentemente un cuento. Pero la realidad es que lo que Saint-Exupéry hace en el libro es crear una fábula sobre la amistad, el no dejes para mañana… y el atrévete a vivir para adultos disfrazada con un tono infantil que hace que la reflexión sea todavía más intensa. Un verdadero regalo para uno mismo y, sin duda, uno de esos libros que hay que leer para crecer como persona.

La lectura debe ser por esencia un acto individual, de concentración y libre. También, los maestros deben inducir y motivar a los alumnos. Recuerdo que cuando fue Director de la ESPI el maestro Eugenio Miranda Fonseca, cuando veía que un alumno tenía alguna habilidad, él lo impulsaba. Por ejemplo, descubrió que Píndaro Urióstegui tenía facilidad de expresión. A la hora de español, lo mandaba a la biblioteca de la escuela… Así forjó una serie de campeones nacionales en varias disciplinas.

Ciertamente ya no estoy en condiciones de encabezar una protesta, pero sí sumarme a las manifestaciones con mi pluma, con el sombrero, pues no debemos vivir bajo un Maximato y si no he sido boicoteado por la soterrada censura del régimen es porque les consta que debido a mi preparación que me ha dado la lectura, desde hace mucho me he emancipado de sectarismos dogmáticos y obsoletos.