«Día de muertos» y su celebración en Iguala

Por: Rafael Domínguez Rueda

Entre los mexicanos la muerte tiene un sentido singular: a veces aparece como una arraigada tradición que hinca sus profundas raíces en el pasado indígena, al colocar el altar en forma de pirámide truncada; en otras ocasiones, parece un puesto de mercado donde se exhiben objetos de ofrenda de la más diversa índole: pan, dulces, flores, alimentos condimentados y costumbristas; en otro momento, como es el caso de Iguala, parece un escenario donde se mueven y deslizan personas y figuras del recuerdo, conocidas como «tumbas vivientes”.

La tradición, de alguna manera, es permanente, pero aparece con mayor vigor -como un sentimiento espontáneo-, los días y 2 de noviembre de cada año.


En Iguala, la maestra Guadalupe Catalán Flores en 1991 implementó que la conmemoración de Ofrendas y Tumbas, tan peculiar de esta ciudad, la llevaran a cabo las instituciones educativas el fin de semana anterior a dichos días en el Zócalo, para preservar la tradición y difundirla.

La celebración convoca a reunión familiar, social o amistosa. La costumbre popular juega con los recuerdos y la tristeza se transforma en rostros sonrientes a través de las calaveritas de azúcar que nos anuncian lo que un día seremos y de las calaveras literarias que nos advierten a los vivos con ironía y gracia, que algún día serán muertos con virtudes y defectos que sobresalen en los jocosos epigramas.


Obligada es la visita al cementerio donde los deudos se arrodillan alrededor de quienes físicamente ya no se encuentran en el concierto de los vivos y riegan con lágrimas la loza que cubre aquellos restos, o bien, se depositan las preciadas ofrendas. Dos actitudes que son finalmente, el sentimiento que se guarda por quien o quienes se encuentran ya en el más allá.


De acuerdo con la tradición, el día primero de noviembre de cada año, en Iguala, a partir de las ocho de la noche, familias enteras y grupos de amigos recorren las calles de la ciudad; son ríos de gente que, caminando unos y otros en coche van admirando las «tumbas » que se exhiben en los domicilios de las personas fallecidas durante los doce meses anteriores.


Las «tumbas «son escenarios, representaciones, cuadros plásticos, de una escena con objetos y hasta personas que permanecen inmóviles y en silencio, que se arreglan tomando en cuenta uno de los tres temas: una estampa religiosa (el Calvario, la Resurrección, Impresión de las llagas…); el oficio o profesión a que se dedicó en vida el difunto (sastre, maestro, labriego); o el suceso o forma en que perdió la vida al que se recuerda (accidente automovilístico o de otra índole).


Es preciso puntualizar que las tres anteriores temáticas son locales, porque luego presentan altares de Huaquechula, adornos de Teloloapan o altares de 7 niveles; todo esto se aparta de lo peculiar de Iguala. Los temas son claros. El primero que pudiera resultar más complejo es el que más se presta para lucirse y lograr una «tumba viviente”.


Los componentes esenciales de una tumba son: lápida o tumba con el nombre y fechas de nacimiento y fallecimiento del difunto. Su fotografía. Objetos por los que tenía afición. Epitafio, generalmente en verso.


En Iguala, Guerrero, acostumbran levantar las llamadas «tumbas vivientes”, porque atrás o al lado de ataúdes, fotos, ofrendas florales se colocan «angelitos», «vírgenes», «judíos» o «Cristos”, o sea niños, jovencitas y adultos que forman parte de las tumbas, las que se dedican a quienes fallecieron en el curso del año”. Así, una agencia de Viajes Turísticos de la cuidad de México, a principios de la década de los sesentas promocionaba excursiones para visitar las «tumbas vivientes” de Iguala que, en nada se parecen a las ofrendas y altares.

Iguala es rico en tradiciones y costumbres, de ahí nuestro interés por preservarlas y preservarlas con su sentido original, con esas características que la hicieron peculiar, para que el ritmo de nuestra sociedad urbana y tecnificada no las deforme, no las sepulte nuestra memoria histórica.


No cejaremos en insistir que debemos cuidar la esencia de nuestra tradición del Día de Muertos que es única, colorida, llena de vida y llamativa. No perder de vista, primero el tema, enseguida los componentes y luego la originalidad, creatividad, escenografía. Para que esto sea posible hay que retomar el hilo de la tradición propia de Iguala, hay que revalorar el legado de “tumbas vivientes» histórico nuestro, Sólo así valdrá la pena intentar enriquecer históricamente la cultura con obras nuestras, propias, que nos dan identidad.


Cuando los niños y los jóvenes entiendan y valoren la importancia de la preservación de esta tradición tan original y nuestra, sabrán también conservarla, promoverla y difundirla, como en esta ocasión lo estamos haciendo nosotros, pues en ella palpita y vibra el alma ancestral de nuestro pueblo, ahí se refleja el rostro auténtico de lo nuestro.