—Acusaciones infundadas
Por: Rafael Domínguez Rueda
Al término de la edición 31 del Festival Cultural Yohuala, hubo dos pronunciamientos dolosos que trataron de manchar la fiesta, pero que en realidad son difamaciones, pues con ellos sólo trataron de causar deshonra o descrédito. Y es que, en Iguala tenemos un periodismo empírico. Que —ojo— no significa analfabetismo ni ignorancia. Solamente no hicieron una carrera profesional con la que podrían conocer plenamente las técnicas y formas para el tratado y difusión de la información que se vierte al público, pues éste no consiste en injuriar o denostar a las personas.
Por un lado, acusaron que el gobierno de Iguala no había prestado la debida atención a los integrantes de la Sinfónica de Lerma, pues a la hora de la comida no se sabía quién iba a pagar. Los organizadores del Festival invitaron a las autoridades de Lerma y se celebró un Convenio para su estancia en esta Ciudad. Se les daría desayuno, cena y hospedaje. Lo que se cumplió cabalmente.
El hecho de que su guía los llevara a un lugar que no les gustó, es otro cantar, en el que nada tienen que ver ni las autoridades de Iguala ni los organizadores del Festival.
Por otra parte, otro comunicador señaló con índice de fuego que uno de los coordinadores había formado parte de un comité que hace años malversó los dineros del Festival. Es una visión errónea, ya que el compañero, hombre honesto, nada tuvo que ver con el Comité y sí participó, como ha participado en la mayoría de las ediciones, es para ofrecer su arte. Ese señalamiento, como el anterior, se llaman difamación.
En Iguala, se pueden contar con los dedos de la mano los comunicadores profesionales; los demás son más bien simples teóricos. Hace falta profesionalizar este oficio.
Mientras no se tenga un conocimiento claro de lo que es la profesión del periodista, del comunicador, es probable que no se le comprenda por completo y se desvirtúe su misión. El periodismo hay que arraigarlo, vivirlo, experimentarlo, hacerlo. No convertirlo en hoguera, juzgado o patíbulo.
José Martí, literato y periodista afirmó: «La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante: es proposición, estudio, examen, consejo».
Al comunicador no le corresponde la función de juez que determina si alguien es culpable o inocente. Si conoce las pruebas se debe acudir a las instancias correspondientes
El periodismo cuando se desarrolla por medio de la noticia es un oficio; en cambio cuando se cumple la misión trascendente es una profesión superior. Un oficio que tiene una verdadera atracción. O una profesión apasionante. Quien se dedica a él, nunca más lo abandona; es misterio y es acción, es entrega apasionada.
A propósito, transcribo parte del discurso que pronuncié a nombre de los 17 periodistas galardonados por el Gobierno del Estado do de Guerrero, en el primer Concurso de Periodismo:
De todos los afluentes que forman la civilización, el único incompatible con el despotismo y la vulgaridad es la libertad de la palabra impresa. Todas las demás libertades, salubres y legitimas unas, morbosas y aún criminales otras, han tenido algunas veces en el curso doloroso de la vida, déspotas tolerantes, hasta amigos y hasta protectores. Sólo el pensamiento positivo y la palabra trascendente, fue siempre, es y será odiado, viperinamente odiado, por toda tiranía.
Pero la libertad de la palabra, del pensamiento —no el que se erige en juez, ni el que se constituye en tribunal de inquisición— no han recibido jamás, desde que el átomo fue átomo y el limo de la tierra fue hombre, la protección de un solo déspota.
Por esto, señores, constituimos nosotros, los trabajadores públicos del pensamiento, la gloriosa vanguardia de la civilización; somos la guardia palatina de la justicia, los verdaderos hombres del porvenir, de un porvenir que no terminará sino con el último instante de los tiempos; cuando todas las libertades hayan fracasado o muerto de prostitución, de asfixia o de anemia.
Pero es preciso advertir y recordar minuto tras minuto, que desde Cicerón en la antigua etapa y desde San Pablo en la nueva, los publicistas, los comunicadores grandes adalides de la verdad, de la libertad y de la justicia, han sido, como serán siempre, los mártires del despotismo. No hay una sola hoja de nuestro lauro histórico que no tenga una gota de sangre. Hemos sido, somos y seremos, hasta el último día de la vida planetaria, los siempre triunfantes y los siempre martirizados. Siempre triunfantes en la idea, siempre vencidos en el cuerpo; siempre victoriosos para la generación que viene, siempre cautivos ante la generación que nos escucha; siempre glorias del mañana, siempre ignominias del presente.
Pues ufanémonos de nuestro destino. Vivir después de la tumba es la más alta dicha, y vivir, no, señores, nominalmente, no en la estatua muchas veces injusta, no en el himno muchas veces banal; sino vivir en una conquista del código, en un gran triunfo de la ley, en párpados sin lágrimas ahorradas por nosotros, en las arterias de un soldado que no derramó su sangre; vivir en el sudor bien pagado del obrero, en la pureza de una virgen, en la tranquilidad de un justo, en el grano de trigo no robado, en la alegría del pueblo, en la plegaria de un santo, en el pan de los pobres; en las cárceles vacías de criminales, o siquiera de inocentes; en la fortaleza de un perseguido, en la victoria de un defraudado; vivir, digo, señores, en la apoteosis del genio envidiado, de la honradez insultada, en la redención de las mujeres mártires, en el bálsamo para los innumerables dolores que hemos de curar.
Gracias y muy hondas, mis queridos amigos.