-Iguala, epicentro de la Historia de México
Por: Rafael Domínguez Rueda
Indudablemente la ciudad de Iguala de la Independencia está predestinada a ser un epicentro de la Historia de México desde el siglo XVI, no obstante su clima caluroso y pocos vientos refrescantes.
Iguala fue la última población tomada por los conquistadores antes de sitiar Tenochtitlan en 1521. Tres siglos después, en 1821, aquí en Iguala nació México como país, se creó el primer Ejército mexicano y surgió la Bandera Nacional.
En 1850, al crearse el estado de Guerrero, Iguala fue designada su capital; por lo tanto aquí nacieron los tres Poderes del estado.
Antes de que se construyera la Autopista del Sol, inaugurada a la carrera en 1993, Iguala era escala obligada para recargar gasolina y comer de pasadita unas ricas chalupitas o aquellos famosos hot dogs o hamburguesas con papas fritas.
En esos tiempos se viajaba sin prisa, tan es así que muchos paseantes aprovechaban para entrar a la Catedral de la joyería mexicana del oro y surtirse o hasta para comprar piezas a buen precio para revender en abonos en sus lugares de origen.
Cuan famosa fue la Feria con motivo de los Festejos en honor a la Bandera con su palenque donde corrían millonadas; la afluencia a ese evento era nacional, considerable y aceptable, además de confiable, pues los organizadores cuidaban que no hubiera malechores entre los apostadores, soltadores y amarradores de los gallos de pelea.
Sí, era placer de conocedores visitar Iguala y hasta quedarse por lo menos una o dos noches, pues se comía sabroso y se convivía con gente amable, risueña y respetable, a la que le iba bien.
Pero nunca falta el prietito en el arroz, la inauguración de la autopista nos cambió la vida a los igualtecos y vino abajo la venta de las gasolinas, restaurantes y changarros.
Al principio, la autopista parecía autódromo, pero empezaron las lluvias y el encanto desapareció, porque los constructores hicieron una obra de mala calidad y afloraron deslaves, hundimientos y baches, convirtiendo a la autopista en peligrosa y cara. Desde entonces, hace ya 29 años, cada año se gasta una millonada en reparaciones y mantenimiento sin que quede satisfactoriamente terminada.
Ayotzinapa, desde septiembre de 2014, nos dejó un estigma imborrable, pero no sólo a Iguala, sino también a la fallida justicia mexicana al destapar la cloaca, en uno de los peores sainetes para los altos funcionarios que hasta la fecha sólo muestran ridículo ante la faz de la tierra.
Una macabra parodia de ineptitudes, corrupción y complicidades a todos niveles, a partir de la cual vino el declive de Peña Nieto, la caída de Aguirre Rivero, fabricar una verdad histórica y dejarle una papa caliente a AMLO que no va a resolver , pues sigue dando palos de ciego.
Una mina de oro para oficiosos defensores no gubernamentales. Un dilema para las autoridades que sabiendo la verdad, buscan salidas falsas. Una eterna incertidumbre de los padres que fácilmente se van ahorita con melón y mañana con sandía. Y los estudiantes con el cuento de nunca acabar, mes a mes seguirán protestando.
Ahora el informe de la Comisión para la Verdad, encabezada por Alejandro Encinas, vino a ratificar lo que siempre se supo y se quiso ocultar: “Fue un crimen de Estado”.
AMLO, el 30 de junio de este año aseveró que este mismo año quedaría resuelto con “pruebas y elementos” la investigación sobre la desaparición de los 43 normalistas en Iguala en septiembre del 2014, “Ya sabemos todo lo que sucedió”, sentenció. Pero, porque no lo da a conocer y sólo aparenta hacer esfuerzos de esclarecer el crimen de Iguala y cuestionar la verdad histórica –un montaje creado con confesiones bajo tortura, alteración de la, supuesta, escena del crimen (Cocula), ocultamiento de los dos objetivos del móvil (boicotear el informe y apoderarse del quinto autobús), ocultación de la infiltración y participación del Ejército y falseamiento de la ruta del secuestro, desaparición y asesinato de los normalistas-, porque sencillamente pretenden ocultar los hechos que la propia verdad histórica ha sido y continúa siendo una suerte de negacionismo, es decir, remplazar la verdad histórica con una verdad a modo creada con base en sus interese políticos.
En fin, una farsa judicial basada en una versión de verdad construida desde el poder, mientras Iguala sigue atrapada en la telaraña de complicidades.