Seremos trozos de olvido.
Por: Rafael Domínguez Rueda
Mañana, día 4 de septiembre, cumpliría mamá ciento veinticinco años. Si no cerraran tan temprano el panteón le llevaría serenata al cementerio. Píntame angelitos negros es un famoso poema llevado a canción (como Angelitos negros), original del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, a ella le gustaba mucho. Yo sé que el alma de los muertos ya no está en los panteones. Las flores que uno lleva a las tumbas, no son para los allí enterrados, sino como una muestra del amor que aún se les profesa. Un día le propuse a mamá, adquirir un lote en el panteón para juntar los restos en una tumba donde estuvieran todos los Domínguez Rueda, empezando por los restos de sus papás.
La propuesta fue por dos razones: una, porque en mi niñez cada 2 de noviembre, toda la tarde permanecíamos al pie de la tumba de mi abuelo; pero, también había otras personas alrededor; y la otra, mi deseo era que toda la familia terminara en el mismo sitio
Mamá tenía, entonces 65 años.
«Mira, hijo, me contestó con serenidad, si tú así lo quieres puedes hacerlo, pero te quiero decir algo antes. mis padres murieron acá. tú sabes donde está enterrado mi papá. mi mamá pidió expresamente que la enteraran en el sepulcro de sus padres”.
«Yo sé que tu intención es que todos quedemos juntos. Lo haces para complacerme. Para que yo no tenga que viajar o andar de tumba en tumba. Todo eso lo entiendo y lo agradezco, pero quisiera que pensaras en una cosa. En lo inexorable del tiempo”.
Andando los años, aun este cementerio, será parte del negro manto del olvido. Vemos, muy en especial el día de los muertos, los cementerios llenos de gente que le llevan flores a sus padres, pero ¿quién le lleva a sus abuelos? ¿sabrían siquiera donde están enterrados? «Así vamos a ser tú y yo, nos entierren donde nos entierren. Seremos trozos de olvido. Yo quisiera estar con tu papá, es mi deseo, pero sé que, dentro de unos años, y los años pasan con mucha rapidez, perteneceremos a un pasado sin más memoria”.
Mi mamá, como siempre, tenía mucha razón. Cuando ella falleció, yo me encontraba fuera de la ciudad. Cuando llegué, ya estaba dispuesto todo y se sepultó en la tumba de su familia. Mi padre murió después y lo tuvimos que enterrar en la ampliación del viejo panteón. Yo ya adquirí una urna en el templo parroquial, pues deseo ser incinerado.
Volviendo la conversación con mamá: «Por eso, hijo mío, te repito que puedes hacer lo que tú consideres conveniente con los restos de mis papás, pero toma. cuenta que ya pasaron muchos años y lo más seguro es que si aún hay restos, no los vas a poder identificar.
Entendí. Cuando mi mamá estaba en agonía, unos días antes de su muerte, viendo mi aflicción, me dijo: «Hijo, no sufras tanto por mi muerte. El duelo es pasajero. Un día, apenas te acordarás de mí». Yo le aseguré que no, que mientras viviera, ella viviría en mí recuerdo, vivo, tan vivo como mi cariño por ella. Mi mamá murió cuatro días después. Después de 57 años no ha pasado día que al levantarme y acostarme no me acuerde de ella, al rezar las oraciones que ella me enseñó.
La última vez que la acompañé al panteón, entre las tumbas, la vi con lágrimas en los ojos. Me dijo: «Aquí, hijo mío, está, no solo mi padre, sino hasta vecinos. Por eso lloro. Por un mundo que se fue. Pero, hijo, vámonos a tomar chocolate con pan. Eso también es manera de recordarlos». Y ya sonriente, resucitados en su cariño, salimos del cementerio.
En mi alma se quedó la paleta de colores que mamá me heredó. Ante nuestros ojos hay mil cosas que están esperando que alguien las plasme en arte. Esa paleta que mamá usó para dejar hermosos cuadros, para mí son un jardín de Lección que día con día lo visito, entre sonrisas y optimismo envueltos en saudades, acudo a sus palabras para llenar de sol el pozo oscurísimo e insondable de su ausencia. Y sí, ya sé lo que somos: «un momento de luz para que alguien resucite y alguien sobreviva u olvide el pesimismo”. Me consuela saber que, «somos las criaturas, el suspiro dinástico; la flor lozana, sede fugaz, madre o padre instantáneos del fruto sin invierno. Hoy un nombre de rosa (Rosa soy por mi fortuna,/ rosa, pues bella nací, /rosa porque me mecí / en todo un abril por cuna.) única y sola. Y siempre la raíz múltiple y una».
Mamí, tenías razón, te busco y te encuentro siempre en el jardín que me sembraste donde están las palabras que se le caen a Dios entre la hierba.